Durante siglos el dualismo griego influyó en el cristianismo haciendo ver que el cuerpo era la cárcel del alma con lo que la salvación y el Reino que predicó Jesucristo se proyectaban al más allá. Lo que pasara en la creación era un suspiro, una mala noche en una mala posada, con lo que no valía la pena dedicarle tiempo ni esfuerzo en mejorarla. Aquellos que lo estaban pasando mal tendrían una doble compensación en la otra vida.
Se ha producido un cambio abismal en la moderna forma de pensar la liberación cristiana. A Santo Tomás si le hubieran preguntado cuál era el camino de la salvación hubiera contestado que se adquiría mediante el conocimiento de la verdad (algunos cristianos todavía insisten en esta fórmula). Hoy sabemos que el Dios que libera también tiene en su agenda la miseria económica y que el Reino que predicó Jesucristo empieza aquí y ahora.
Conocemos la intención, pero nos falta encontrar el modo ya que el propio Jesús nunca explica en concreto cómo es ese Reino que ya ha llegado con su persona. Pero a falta de palabras tenemos sus obras que reflejan el rostro del Padre.
Se dedica a liberar a los oprimidos por lo que entra en conflicto con los poderes fácticos de su tiempo que le llevan a la cruz. Hizo frente a distintos dioses como el dios del poder: “Dar al César lo que es del César” y el del dinero “Guardaos de toda codicia porque aún en la abundancia la vida no está asegurada por los bienes”. También quiso liberar a los hombres de la ley del hombre religioso sustituyendo la casuística por los impulsos que salen del corazón.
Dedicó su tiempo a toda clase de pobres, pecadores, ciegos, cojos… ya que todos cabían en el regazo del Padre. Al morir dejó a sus seguidores el cometido de seguir haciendo milagros para que la esperanza que predicó se hiciera realidad.
Hace unos años escuché a Pedro Laín Entralgo comentar que los médicos tenían el deber de ser “dispensadores de esperanzas” ¡Cuánto más los cristianos que tenemos que hacer realidad las ofertas del Dios que libera!
* Teóloga y madre de familia
Se ha producido un cambio abismal en la moderna forma de pensar la liberación cristiana. A Santo Tomás si le hubieran preguntado cuál era el camino de la salvación hubiera contestado que se adquiría mediante el conocimiento de la verdad (algunos cristianos todavía insisten en esta fórmula). Hoy sabemos que el Dios que libera también tiene en su agenda la miseria económica y que el Reino que predicó Jesucristo empieza aquí y ahora.
Conocemos la intención, pero nos falta encontrar el modo ya que el propio Jesús nunca explica en concreto cómo es ese Reino que ya ha llegado con su persona. Pero a falta de palabras tenemos sus obras que reflejan el rostro del Padre.
Se dedica a liberar a los oprimidos por lo que entra en conflicto con los poderes fácticos de su tiempo que le llevan a la cruz. Hizo frente a distintos dioses como el dios del poder: “Dar al César lo que es del César” y el del dinero “Guardaos de toda codicia porque aún en la abundancia la vida no está asegurada por los bienes”. También quiso liberar a los hombres de la ley del hombre religioso sustituyendo la casuística por los impulsos que salen del corazón.
Dedicó su tiempo a toda clase de pobres, pecadores, ciegos, cojos… ya que todos cabían en el regazo del Padre. Al morir dejó a sus seguidores el cometido de seguir haciendo milagros para que la esperanza que predicó se hiciera realidad.
Hace unos años escuché a Pedro Laín Entralgo comentar que los médicos tenían el deber de ser “dispensadores de esperanzas” ¡Cuánto más los cristianos que tenemos que hacer realidad las ofertas del Dios que libera!
* Teóloga y madre de familia
2 comentarios:
Felicitaciones a Isabel Gómez Acebo por la Nota Un Dios que libera. muy buena. Hernan te agradecería si le haces llegar mi felicitación y me alegro que estés de vuelta. la verdad que se te extrañó. Jrg
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