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martes, 1 de septiembre de 2009

Sensibilidad, Vulnerabilidad y Religión

Por Ron Rolheiser
(Traducción por Carmelo Astiz, cmf)

Daniel Berrigan bromeó una vez: Antes de tomar en serio a Jesús, primero considera con cuidado qué bella va a ser tu apariencia en madera.

Hay una cruda verdad. Los autores espirituales clásicos nos dicen que una de las maneras como podemos mostrar si nuestra fe y nuestras prácticas religiosas son auténticas o si, por el contrario, son simplemente otra forma de racionalizar y justificar nuestra propia motivación y voluntad, es que, si nuestra práctica religiosa es genuina, no seremos capaces de protegernos a nosotros mismos contra una cierta cantidad de dolor que anteriormente podíamos quitarnos de encima. Si nuestro seguimiento de Jesús es real, nos daremos cuenta de que somos sensibles y vulnerables, de manera que ello nos hace incapaces de protegernos a nosotros mismos de obligaciones, compromisos y humillaciones que anteriormente podíamos evitar. La auténtica religión de ninguna manera nos deja fríos.

¿Por qué? Los autores espirituales clásicos lo explican con sencillez: Mirad la forma cómo Dios trató a Jesús y sabed que, si se lo permitimos, Dios nos va a tratar de la misma manera. Si nos abrimos profundamente a Dios, tendremos que esperar que algunas de las situaciones dolorosas que le sucedieron a Jesús nos pasen también a nosotros. La apertura y el amor llevaron a Jesús a la cruz. ¿Habríamos de esperar nosotros algo diferente?

Fue interesante observar las reacciones al diario espiritual de la Madre Teresa cuando se publicó y el mundo llegó a enterarse de sus profundas luchas interiores, dudas y sufrimiento. La reacción común fue: ¿Cómo pudo ocurrir esto a una mujer de tal integridad y de tanta fe? Los autores espirituales clásicos habrían reaccionado de una manera totalmente opuesta: ¿Por qué no le habría de pasar esto a una mujer de tal integridad y de tanta fe? Ella se abrió radicalmente a Dios y le pidió a Jesús que le hiciera sentirse de modo semejante a como él se sintió. Dios sencillamente le tomó la palabra. Su diario espiritual nos ofrece precisamente descripciones de lo que Jesús sintió durante una buena parte de su vida, especialmente hacia el fin de la misma.

Habríamos de tener cuidado cuando pedimos algo en oración, o al menos no habríamos de sorprendernos si Dios nos concede lo que le pedimos. Si yo le pido a Dios: “Dame la gracia de ser como Jesús”, y lo digo en serio, habría de esperar no solamente que fluya en mi vida una felicidad y paz más profundas, sino también que esta nueva sensibilidad sirva, así mismo, para que fluya en mi vida un sufrimiento más profundo. San Juan de la Cruz, en su libro “Subida al Monte Carmelo” ofrece una serie de consejos para quien quiera entrar más profundamente en la vida espiritual. En el primero de estos consejos reta a sus lectores a esforzarse por imitar más activamente a Jesús. Y, para él, esto significa tratar de imitar sobre todo las motivaciones y actitudes profundas de Jesús, más que su apariencia o incluso sus acciones. Pide a Jesús, dice él, que te conceda sus actitudes profundas interiores para que te permita sentirte como él se sintió.

¿Y cómo sabremos si esto funciona? Sabremos que estamos imitando las motivaciones de Cristo y no racionalizando las nuestras propias, dice Juan de la Cruz, cuando comiencen a surgir en nuestras vidas ciertos sufrimientos y nos demos cuenta de que no somos capaces ahora de evitar ciertas situaciones difíciles y desagradables que anteriormente podíamos evitar.

Él expresa esto con un axioma curioso: Procura estar dispuesto a sospechar, dice él, cuando tu propia voluntad y la de Dios habitualmente coinciden, cuando tus prácticas religiosas encajan siempre con bastante suavidad con lo que tú quieres hacer en tu propia vida. Elegir la voluntad de Dios es precisamente no elegir siempre la nuestra propia. Y la prueba de esto será que ahora nos sentiremos atraídos a sentimientos y situaciones que anteriormente podíamos evitar.

Pero Juan de la Cruz añade una importante advertencia: No intentes, como es la tradición perenne en algunas espiritualidades, elegir lo más difícil y desagradable justamente porque es así, más difícil y desagradable. Eso es masoquismo, no religión. No son necesariamente buenas para ti las cosas, precisamente porque son difíciles. Elige hacer la voluntad de Dios, tanto si parece agradable como desagradable. Pero, según Juan de la Cruz, si eliges la voluntad de Dios en vez de racionalizar la tuya, invariablemente experimentarás nuevas vulnerabilidades en tu vida, nuevos sufrimientos que anteriormente podías evitar, y nuevos deberes de los que anteriormente podías eximirte.

Y tú tampoco aparecerás siempre de buena cara. Jesús no siempre lo pareció. Él amo a los otros más allá de lo que eso pudiera beneficiarle, y eso le produjo por una parte gran hondura y alegría en su vida, pero por otra también le llevó a la humillación y a la crucifixión. Algunas veces su apariencia no era buena ni agradable de ninguna manera. Cuando cumplimos la voluntad de Dios, en vez de racionalizar la nuestra propia en el nombre de Dios y de la religión, no siempre apareceremos de buena cara. Una actitud de frialdad es lo opuesto a vulnerabilidad y a genuina sensibilidad.

A veces, paradójicamente, justamente cuando más nos esforzamos, justamente cuando somos más sinceros, justamente cuando somos más honestos, justamente cuando dejamos ya de racionalizar, parece que nuestras vidas se desmoronan, en vez de consolidarse. Y entonces nos preguntamos espontáneamente: ¿Por qué? ¿Qué pasa aquí?

¡Quizás Dios mismo es el “problema”! Quizás, al menos por una vez, estamos haciendo las cosas correctamente, aunque no nos gustan nuestras apariencias.

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WebJCP | Abril 2007