Por Leonardo Biolatto
La lectura de hoy no es continuación inmediata, en el Evangelio según Marcos, del relato del domingo anterior sobre el sordo tartamudo (Mc. 7, 31-37). En medio nos hemos salteado la segunda multiplicación de los panes (Mc. 8, 1-9), la discusión con los fariseos sobre el signo enviado del cielo para creer (Mc. 8, 10-12), el episodio de la barca sobre la levadura de fariseos y de Herodes (Mc. 8, 13-21) y la curación del ciego de Betsaida (Mc. 8, 22-26). Como ya mencionamos la vez anterior, entre la curación del sordo tartamudo y la del ciego de Betsaida se establecen paralelos narrativos importantes que nos inducen a pensar en una relación íntima entre ambas perícopas. Para algunos estudiosos, en un principio, ambos relatos habrían estado juntos, uno a continuación del otro. Para otros, deliberadamente el autor los ha ubicado como los encontramos, con fines teológicos. El sordo tartamudo sería un mensaje para la gentilidad, rescatada y liberada del demonio que la oprime y no le deja comunicarse con la salvación, mientras el ciego de Betsaida vendría a dar comienzo al camino de subida a Jerusalén, estableciendo un marco de contención y explicación a la sección central del libro (Mc. 8, 27 – 9, 45). Para situarnos mejor, es preciso esquematizar la estructura marquiana:
- Introducción (Mc. 1, 1-13): tenemos el título de la obra en el primer versículo y luego un tríptico de presentación que incluye la prédica de Juan el Bautista, el bautismo de Jesús y su estancia en el desierto.
- Sección de Galilea (Mc. 1, 14 – 6, 34): comenzado con la prédica del Reino, el ministerio de Jesús se desarrolla en la región de Galilea, con una interesante cantidad de exorcismos y curaciones. El eje central de esta sección reside en las manifestaciones del Reino que el Maestro propone con sus breves discursos y sus obras. El enfrentamiento con la sinagoga y sus representantes va creciendo hasta que Jesús pisa por última vez una sinagoga en su patria y se prepara el relato para el ingreso a tierra gentil.
- Sección de los panes (Mc. 6, 35 – 8, 21): da inicio esta parte con la primera multiplicación de los panes a campo abierto, y tras la discusión sobre las leyes de pureza/impureza con los representantes judíos, da inicio la excursión entre gentiles. Si bien ya había tenido Jesús un encuentro con el endemoniado geraseno en el capítulo 5, aquí la permanencia entre paganos parece más estructurada. Esta sección terminará con la segunda multiplicación de los panes y el episodio de la barca con los discípulos que no pueden entender, porque tienen las mentes embotadas, los milagros de los panes y su significado de apertura a la humanidad, de mesa abierta para todos.
- Ciego de Betsaida (Mc. 8, 22-26): llegan a Betsaida y le presentan un ciego para que lo cure. Jesús utiliza nuevamente la saliva, como con el sordo tartamudo, y en dos etapas progresivas logra la curación.
- Sección del camino (Mc. 8, 27 – 10, 45): da inicio la subida a Jerusalén que estará marcada por tres anuncios del Maestro sobre lo que le sucederá pronto, que es la pasión, la cruz y la resurrección. El eje de esta sección es una especie de enseñanza intensiva para los discípulos, repitiéndose un esquema literario de anuncio de Jesús, actitud contraria de los discípulos y desarrollo de la enseñanza respecto a esa actitud negativa. Los tres temas fuertes aquí son la cruz, la humildad y el servicio.
- Ciego de Jericó (Mc. 10, 46-52): la curación de Bartimeo hace marco de contención a la sección del camino, equiparándose a la curación de Betsaida. Al principio y al final del camino del discipulado hay ciegos. En el primero la curación es progresiva, simbolizando los discípulos que, con mentes embotadas, no logran comprender la realidad del Reino y de Jesús. El ciego del final, Bartimeo, es un modelo de discipulado para quienes recorren el camino, pues tras buscar insistentemente a Jesús y ser sanado, deja todo lo que tiene al costado del camino y lo sigue hacia Jerusalén, lugar de la cruz.
- Sección de Jerusalén (Mc. 11, 1 – 14, 11): iniciándose con la entrada mesiánica a la ciudad santa, se va consumando el hecho inminente de la pasión. El último relato de esta sección es la comida en Betania, en casa de Simón el leproso, donde una mujer sin nombre unge a Jesús anticipadamente para su sepultura. Esta escena es resumen de la vida del Maestro, pero también antelación de su futuro.
- Pasión (Mc. 14, 12 – 15, 47): todos los anuncios de Jesús durante el camino encuentran su consumación en la cruz, y es un centurión romano el que lo reconoce, por la manera en que muere, como Hijo de Dios. Es sepultado y allí parece acabar todo.
- Tumba vacía (Mc. 16, 1-8): las mujeres van temprano al sepulcro y allí se encuentran con el anuncio de la resurrección. La tumba esta vacía, ellas son testigos de esto, y les queda la misión de anunciarlo a Pedro y a los demás para que vayan a Galilea, donde se encontrarán con el Resucitado. Sin embargo, las mujeres no dijeron nada a nadie porque tenían miedo. Aquí finaliza la primera redacción de Marcos.
- Epílogo (Mc. 16, 9-20): esta sección fue agregada posteriormente por una mano distinta a la que redactó todo lo anterior. Posiblemente, apareció para suavizar el problema que causaba el final abrupto en Mc. 16, 8.
El relato que leemos hoy en la liturgia, entonces, está al inicio de la sección del camino, precedido por el ciego de Betsaida, el de la curación progresiva. Justamente, en los versículos seleccionados de este domingo hallamos el esquema clásico de anuncio, reacción equivocada de los discípulos (en este caso de Pedro) y corrección de Jesús. Para los clásicos comentaristas de Marcos, la confesión de fe petrina se constituye en bisagra del libro, dividiéndolo en dos grandes partes. A partir de aquí, la luminosidad de los relatos en Galilea, los asombrosos exorcismos y los milagros se irán reduciendo, dando paso a una atmósfera gris que recibe, como último rayo de luz, el relato de la transfiguración (Mc. 9, 2-13). La sombra de la muerte se vuelve cada vez más densa, y los anuncios premonitorios del Maestro van preparando al lector (a los discípulos) para una consumación violenta. Los ciegos al principio y al final del camino ingresan también a este juego de luces y sombras, pues son personas que, habiendo estado en la oscuridad, son traídas hacia los colores del mundo. Mientras, paradójicamente, Jesús se aproxima a la oscuridad de la muerte, estos ciegos salen de esa oscuridad. Y es que la verdadera iluminación se recibe asumiendo la muerte como vía y espacio de salvación. Esto es lo que no pueden entender los discípulos, y primeramente Pedro. Jesús es Mesías, pero de una manera diferente a la esperada; es el Mesías que muere crucificado para liberar, que culmina su revolución en la derrota, que prefiere ser un subversivo desde el amor y no desde las armas. La sección del camino, que habla de cruz, humildad y servicio, es una propuesta contraria a los intereses del mundo, y por lo tanto, los discípulos necesitan abandonar su ceguera para ver la realidad con claridad, para entender que el Reino se construye desde la cruz, la humildad y el servicio, y que Jesús ha asumido ese sendero. Si logran entenderlo, si se dejan abrir los ojos, entonces alcanzarán las actitudes del ciego de Jericó, de Bartimeo, quien lo deja todo para subir a Jerusalén, aunque allá espera la muerte.
La confesión de fe petrina de Marcos tiene paralelos en Mateo (Mt. 16, 13-20) y Lucas (Lc. 9, 18-21). El relato más largo es de Mateo, quien añade en boca de Jesús el discurso sobre Pedro/Piedra, las llaves de la Iglesia y el poder de atar y desatar. La oposición de Pedro, entonces, queda más marcada, pues mientras recibe primero alabanzas como bienaventurado, es insultado más adelante con el nombre de Satanás. En Lucas, en cambio, la oposición de Pedro es obviada, y según el estilo de este autor, evita las escenas de alto impacto violento. En Marcos, la confesión de Pedro viene a cerrar la primera respuesta sobre la persona de Jesús. Mc. 1, 1 comienza afirmando que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios. Aquí, Pedro confirma su condición de Cristo y, sobre el final, el centurión romano confirmará la condición de Hijo de Dios a los pies de la cruz (cf. Mc. 15, 39). Resulta interesante, también, lo que la gente dice sobre quién es Jesús. Estas respuestas que hallamos hoy, ya nos las ha presentado Marcos en Mc. 6, 14-15: “Algunos decían: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas. Otros decían: Es Elías; otros: Es un profeta como los demás profetas”. Como podemos leer, para algunos es Juan el Bautista, quien había predicado proféticamente en el desierto y bautizaba como signo de conversión (cf. Mc. 1, 4), habiendo sido decapitado por orden de Herodes (cf. Mc. 6, 27). Para otros es Elías, profeta del Antiguo Testamento, cuyos relatos están ligados a los relatos de Eliseo y agrupados, dentro de la tradición deeuteronomista, entre 1Rey. 17 y 2Rey. 8. Elías fue un gran defensor del yahvismo como religión, contra las desviaciones constantes de su pueblo hacia la adoración de los dioses paganos, sobre todo de Baal. Para la época de Jesús, lo más importante respecto a Elías era la profecía de Malaquías que anunciaba su llegada como preliminar del final escatológico de la historia: “Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé” (Mal. 3, 23). Podemos catalogar lo que la gente dice de Jesús bajo la denominación de profeta escatológico. Asociándolo a Juan el Bautista y a Elías, las personas identifican en el Maestro un perfil profético, de denuncia de las desviaciones de la religión y de invitación a la conversión para volver a Dios, al mismo tiempo que la esperanza de la era mesiánica, que será la era de la reconciliación entre la humanidad y el Señor.
Las alusiones de la gente no son completamente erróneas, pero no alcanzan la revelación completa sobre la persona de Jesús. Será Pedro quien afirmará rotundamente el mesianismo de Jesús, y será el mismo Jesús quien afirme, anunciando su pasión, que no es un Mesías como el que todos esperan, sino uno que pasa por la cruz. Este anuncio, conservado en el versículo 31 de la perícopa, identifica, primeramente, a Jesús con el Hijo del Hombre. Este título, en una mirada rápida sobre el Evangelio según Marcos, se encuentra en boca de Jesús cuando se refiere a tres realidades importantes: a su señorío sobre las cosas (cf. Mc. 2, 10.28), a su glorificación futura (cf. Mc. 8, 38; Mc. 13, 26; Mc. 14, 62) y a sus padecimientos (cf. Mc. 8, 31; Mc. 9, 12.31; Mc. 10, 33; Mc. 14, 21.41). En este caso, refiriéndose a sus tribulaciones, se identifica como causantes directos al grupo conformado por ancianos, sumos sacerdotes y escribas. Justamente, estos tres grupos eran los integrantes del Sanedrín, el órgano jurídico judío que tramó la muerte de Jesús y fue partícipe de su ejecución (cf. Mc. 14, 55 y Mc. 15, 1). Los ancianos eran miembros de las familias más poderosas de Israel, los sumos sacerdotes eran los que habían ocupado el puesto de Sumo Sacerdote y, además, algunos que pertenecían a las familias relacionadas con el ministerio sacerdotal; finalmente, los escribas, en su gran mayoría fariseos, habían sido el último grupo añadido a la conformación del Sanedrín, aproximadamente en el año 70 a.C. Este elenco de judíos tramará el asesinato de Jesús, sin reconocer el mesianismo que Pedro declara ahora.
Sin embargo, la visión mesiánica de Pedro tampoco es clara. Recordemos que estamos iniciando el camino del discipulado, según la estructura literaria marquiana, y hemos sido precedidos por la curación progresiva del ciego de Betsaida, simbolizando la ceguera de los discípulos que no pueden definir con claridad a Jesús. Este Pedro enceguecido será quien reprenderá al Maestro por su anuncio de la pasión, y será él mismo el reprendido con las palabras griegas opiso nou (detrás de mí); las mismas palabras que en Mc. 1, 17, con otro sentido, Jesús les dirigió en el borde del Mar de Galilea para invitarlos a ser pescadores de hombres. Mientras al principio, ponerse detrás de Jesús es seguirlo como discípulo, a la hora de aceptar el mesianismo de la cruz, ponerse detrás de Jesús es regresarse, dar pasos en la dirección contraria, desandar el camino ya andado. La utilización de la misma construcción literaria hace pensar que Pedro está siendo invitado a replantear y profundizar su seguimiento. Fue llamado para ser pescador de hombres, pero la pesca no será fácil; fue llamado por el Mesías, pero este Mesías muere en una cruz. El final de la perícopa de hoy confirma esta invitación a Pedro que es invitación para todos. La profundización del seguimiento, la reinterpretación del llamado vocacional, se hace desde la aceptación de la cruz. No significa, como muchos creen, tomar una cruz que un dios nos impone por designios misteriosos, sino volverse marginal, volverse condenado a muerte, volverse despreciado, nada más y nada menos que por el Evangelio. La opción por la Buena Noticia implica la oposición de los poderes que asesinan y condenan en juicios mundanos. El que cargaba la cruz, en los tiempos del Imperio Romano, era el muerto caminante, del que nada podía esperarse, el que daba lástima, el que no tenía más vida por delante que la crucifixión inmediata. Tomar la cruz es optar tan radicalmente por el Evangelio, que la sociedad considere al discípulo como el último de la sociedad, el marginado; es tomar la condición extrema de ser un desgraciado para el orden establecido.
Qué Mesías espera la humanidad y qué Mesías anunciamos con la misión es un tema fundamental que, si no se clarifica, corre el riesgo de tergiversar la evangelización. La reacción de Pedro y la réplica de Jesús que leemos hoy, llegando a utilizar el sobrenombre de Sanatás para aquel que lo llamó Cristo, dan cuenta de la magnitud de la situación. Una mala interpretación del mesianismo, una interpretación violenta en términos políticos, una interpretación que responde a intereses propios, es una interpretación que afecta considerablemente el Evangelio, porque la Buena Noticia atraviesa la cruz para ser resurrección. La expectativa común suele recaer sobre la salvación que puede obtenerse de una manera que beneficie individualmente. El plan salvífico de Dios propone todo lo contrario. La salvación beneficia comunitariamente, beneficia a la humanidad, sino no es salvación completa. El mesianismo universal implica una cruz que sea universal, y una resurrección que afecte a todas las existencias. Las miradas reductivas sobre la obra salvífica son, al final de cuentas, miradas egoístas, miradas para el propio provecho. La misión debe estar atenta a estas miradas para no caer en ellas, para que no peligre el verdadero motivo evangelizador. No es infrecuente enfrentar la evangelización con un deseo triunfalista que se traduce hacia la gente como inmediatez de solución para las afecciones psíquicas, sociales y físicas de las personas. El mesianismo triunfalista es egoísta porque no se concentra en el bien de todos, sino en la efectividad de la acción sobrenatural en algunos. Se trata de una misión que encuentra éxito en las curaciones, en las sanaciones extraordinarias, en los espectáculos que recrean la vista.
El verdadero camino del discipulado, y por lo tanto, el verdadero camino de la misión, es la conciencia de la cruz. Una conciencia que, como ya mencionamos, no se trata de falsa resignación interpretando que, en el teatro cósmico, una entidad superior nos carga con preocupaciones; la cruz es asumida en el sentido positivo de que es una consecuencia propia del Evangelio. La opción por la Buena Noticia, la opción por su anuncio, repercute en cruz, que no es envío maléfico de Dios, sino acción de las fuerzas opuestas al amor, fuerzas que son Satanás, según la etimología hebrea de Satan, el adversario. O sea, las fuerzas satánicas son las opuestas a Dios, las opuestas al Cristo, las que se oponen al designio salvífico. Satanás, paradójicamente, no quiere la tribulación, sino la comodidad de los seres humanos. No quería que Jesús asumiera la cruz, sino que la obviara. No desea que los discípulos hagan un camino marginal, sino que disfruten de la pompa de este mundo. Lo adversario al plan de Dios evita la cruz a toda costa, porque la cruz es la entrega gratuita, es la entrega para todos, es la entrega que salva. El misionero está invitado a profundizar su seguimiento desde el discernimiento de los éxitos y fracasos de la misión, que no necesariamente son éxitos y fracasos en términos culturales actuales. La misión es mesiánica cuando el egoísmo deja paso a la universalidad.
- Introducción (Mc. 1, 1-13): tenemos el título de la obra en el primer versículo y luego un tríptico de presentación que incluye la prédica de Juan el Bautista, el bautismo de Jesús y su estancia en el desierto.
- Sección de Galilea (Mc. 1, 14 – 6, 34): comenzado con la prédica del Reino, el ministerio de Jesús se desarrolla en la región de Galilea, con una interesante cantidad de exorcismos y curaciones. El eje central de esta sección reside en las manifestaciones del Reino que el Maestro propone con sus breves discursos y sus obras. El enfrentamiento con la sinagoga y sus representantes va creciendo hasta que Jesús pisa por última vez una sinagoga en su patria y se prepara el relato para el ingreso a tierra gentil.
- Sección de los panes (Mc. 6, 35 – 8, 21): da inicio esta parte con la primera multiplicación de los panes a campo abierto, y tras la discusión sobre las leyes de pureza/impureza con los representantes judíos, da inicio la excursión entre gentiles. Si bien ya había tenido Jesús un encuentro con el endemoniado geraseno en el capítulo 5, aquí la permanencia entre paganos parece más estructurada. Esta sección terminará con la segunda multiplicación de los panes y el episodio de la barca con los discípulos que no pueden entender, porque tienen las mentes embotadas, los milagros de los panes y su significado de apertura a la humanidad, de mesa abierta para todos.
- Ciego de Betsaida (Mc. 8, 22-26): llegan a Betsaida y le presentan un ciego para que lo cure. Jesús utiliza nuevamente la saliva, como con el sordo tartamudo, y en dos etapas progresivas logra la curación.
- Sección del camino (Mc. 8, 27 – 10, 45): da inicio la subida a Jerusalén que estará marcada por tres anuncios del Maestro sobre lo que le sucederá pronto, que es la pasión, la cruz y la resurrección. El eje de esta sección es una especie de enseñanza intensiva para los discípulos, repitiéndose un esquema literario de anuncio de Jesús, actitud contraria de los discípulos y desarrollo de la enseñanza respecto a esa actitud negativa. Los tres temas fuertes aquí son la cruz, la humildad y el servicio.
- Ciego de Jericó (Mc. 10, 46-52): la curación de Bartimeo hace marco de contención a la sección del camino, equiparándose a la curación de Betsaida. Al principio y al final del camino del discipulado hay ciegos. En el primero la curación es progresiva, simbolizando los discípulos que, con mentes embotadas, no logran comprender la realidad del Reino y de Jesús. El ciego del final, Bartimeo, es un modelo de discipulado para quienes recorren el camino, pues tras buscar insistentemente a Jesús y ser sanado, deja todo lo que tiene al costado del camino y lo sigue hacia Jerusalén, lugar de la cruz.
- Sección de Jerusalén (Mc. 11, 1 – 14, 11): iniciándose con la entrada mesiánica a la ciudad santa, se va consumando el hecho inminente de la pasión. El último relato de esta sección es la comida en Betania, en casa de Simón el leproso, donde una mujer sin nombre unge a Jesús anticipadamente para su sepultura. Esta escena es resumen de la vida del Maestro, pero también antelación de su futuro.
- Pasión (Mc. 14, 12 – 15, 47): todos los anuncios de Jesús durante el camino encuentran su consumación en la cruz, y es un centurión romano el que lo reconoce, por la manera en que muere, como Hijo de Dios. Es sepultado y allí parece acabar todo.
- Tumba vacía (Mc. 16, 1-8): las mujeres van temprano al sepulcro y allí se encuentran con el anuncio de la resurrección. La tumba esta vacía, ellas son testigos de esto, y les queda la misión de anunciarlo a Pedro y a los demás para que vayan a Galilea, donde se encontrarán con el Resucitado. Sin embargo, las mujeres no dijeron nada a nadie porque tenían miedo. Aquí finaliza la primera redacción de Marcos.
- Epílogo (Mc. 16, 9-20): esta sección fue agregada posteriormente por una mano distinta a la que redactó todo lo anterior. Posiblemente, apareció para suavizar el problema que causaba el final abrupto en Mc. 16, 8.
El relato que leemos hoy en la liturgia, entonces, está al inicio de la sección del camino, precedido por el ciego de Betsaida, el de la curación progresiva. Justamente, en los versículos seleccionados de este domingo hallamos el esquema clásico de anuncio, reacción equivocada de los discípulos (en este caso de Pedro) y corrección de Jesús. Para los clásicos comentaristas de Marcos, la confesión de fe petrina se constituye en bisagra del libro, dividiéndolo en dos grandes partes. A partir de aquí, la luminosidad de los relatos en Galilea, los asombrosos exorcismos y los milagros se irán reduciendo, dando paso a una atmósfera gris que recibe, como último rayo de luz, el relato de la transfiguración (Mc. 9, 2-13). La sombra de la muerte se vuelve cada vez más densa, y los anuncios premonitorios del Maestro van preparando al lector (a los discípulos) para una consumación violenta. Los ciegos al principio y al final del camino ingresan también a este juego de luces y sombras, pues son personas que, habiendo estado en la oscuridad, son traídas hacia los colores del mundo. Mientras, paradójicamente, Jesús se aproxima a la oscuridad de la muerte, estos ciegos salen de esa oscuridad. Y es que la verdadera iluminación se recibe asumiendo la muerte como vía y espacio de salvación. Esto es lo que no pueden entender los discípulos, y primeramente Pedro. Jesús es Mesías, pero de una manera diferente a la esperada; es el Mesías que muere crucificado para liberar, que culmina su revolución en la derrota, que prefiere ser un subversivo desde el amor y no desde las armas. La sección del camino, que habla de cruz, humildad y servicio, es una propuesta contraria a los intereses del mundo, y por lo tanto, los discípulos necesitan abandonar su ceguera para ver la realidad con claridad, para entender que el Reino se construye desde la cruz, la humildad y el servicio, y que Jesús ha asumido ese sendero. Si logran entenderlo, si se dejan abrir los ojos, entonces alcanzarán las actitudes del ciego de Jericó, de Bartimeo, quien lo deja todo para subir a Jerusalén, aunque allá espera la muerte.
La confesión de fe petrina de Marcos tiene paralelos en Mateo (Mt. 16, 13-20) y Lucas (Lc. 9, 18-21). El relato más largo es de Mateo, quien añade en boca de Jesús el discurso sobre Pedro/Piedra, las llaves de la Iglesia y el poder de atar y desatar. La oposición de Pedro, entonces, queda más marcada, pues mientras recibe primero alabanzas como bienaventurado, es insultado más adelante con el nombre de Satanás. En Lucas, en cambio, la oposición de Pedro es obviada, y según el estilo de este autor, evita las escenas de alto impacto violento. En Marcos, la confesión de Pedro viene a cerrar la primera respuesta sobre la persona de Jesús. Mc. 1, 1 comienza afirmando que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios. Aquí, Pedro confirma su condición de Cristo y, sobre el final, el centurión romano confirmará la condición de Hijo de Dios a los pies de la cruz (cf. Mc. 15, 39). Resulta interesante, también, lo que la gente dice sobre quién es Jesús. Estas respuestas que hallamos hoy, ya nos las ha presentado Marcos en Mc. 6, 14-15: “Algunos decían: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas. Otros decían: Es Elías; otros: Es un profeta como los demás profetas”. Como podemos leer, para algunos es Juan el Bautista, quien había predicado proféticamente en el desierto y bautizaba como signo de conversión (cf. Mc. 1, 4), habiendo sido decapitado por orden de Herodes (cf. Mc. 6, 27). Para otros es Elías, profeta del Antiguo Testamento, cuyos relatos están ligados a los relatos de Eliseo y agrupados, dentro de la tradición deeuteronomista, entre 1Rey. 17 y 2Rey. 8. Elías fue un gran defensor del yahvismo como religión, contra las desviaciones constantes de su pueblo hacia la adoración de los dioses paganos, sobre todo de Baal. Para la época de Jesús, lo más importante respecto a Elías era la profecía de Malaquías que anunciaba su llegada como preliminar del final escatológico de la historia: “Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé” (Mal. 3, 23). Podemos catalogar lo que la gente dice de Jesús bajo la denominación de profeta escatológico. Asociándolo a Juan el Bautista y a Elías, las personas identifican en el Maestro un perfil profético, de denuncia de las desviaciones de la religión y de invitación a la conversión para volver a Dios, al mismo tiempo que la esperanza de la era mesiánica, que será la era de la reconciliación entre la humanidad y el Señor.
Las alusiones de la gente no son completamente erróneas, pero no alcanzan la revelación completa sobre la persona de Jesús. Será Pedro quien afirmará rotundamente el mesianismo de Jesús, y será el mismo Jesús quien afirme, anunciando su pasión, que no es un Mesías como el que todos esperan, sino uno que pasa por la cruz. Este anuncio, conservado en el versículo 31 de la perícopa, identifica, primeramente, a Jesús con el Hijo del Hombre. Este título, en una mirada rápida sobre el Evangelio según Marcos, se encuentra en boca de Jesús cuando se refiere a tres realidades importantes: a su señorío sobre las cosas (cf. Mc. 2, 10.28), a su glorificación futura (cf. Mc. 8, 38; Mc. 13, 26; Mc. 14, 62) y a sus padecimientos (cf. Mc. 8, 31; Mc. 9, 12.31; Mc. 10, 33; Mc. 14, 21.41). En este caso, refiriéndose a sus tribulaciones, se identifica como causantes directos al grupo conformado por ancianos, sumos sacerdotes y escribas. Justamente, estos tres grupos eran los integrantes del Sanedrín, el órgano jurídico judío que tramó la muerte de Jesús y fue partícipe de su ejecución (cf. Mc. 14, 55 y Mc. 15, 1). Los ancianos eran miembros de las familias más poderosas de Israel, los sumos sacerdotes eran los que habían ocupado el puesto de Sumo Sacerdote y, además, algunos que pertenecían a las familias relacionadas con el ministerio sacerdotal; finalmente, los escribas, en su gran mayoría fariseos, habían sido el último grupo añadido a la conformación del Sanedrín, aproximadamente en el año 70 a.C. Este elenco de judíos tramará el asesinato de Jesús, sin reconocer el mesianismo que Pedro declara ahora.
Sin embargo, la visión mesiánica de Pedro tampoco es clara. Recordemos que estamos iniciando el camino del discipulado, según la estructura literaria marquiana, y hemos sido precedidos por la curación progresiva del ciego de Betsaida, simbolizando la ceguera de los discípulos que no pueden definir con claridad a Jesús. Este Pedro enceguecido será quien reprenderá al Maestro por su anuncio de la pasión, y será él mismo el reprendido con las palabras griegas opiso nou (detrás de mí); las mismas palabras que en Mc. 1, 17, con otro sentido, Jesús les dirigió en el borde del Mar de Galilea para invitarlos a ser pescadores de hombres. Mientras al principio, ponerse detrás de Jesús es seguirlo como discípulo, a la hora de aceptar el mesianismo de la cruz, ponerse detrás de Jesús es regresarse, dar pasos en la dirección contraria, desandar el camino ya andado. La utilización de la misma construcción literaria hace pensar que Pedro está siendo invitado a replantear y profundizar su seguimiento. Fue llamado para ser pescador de hombres, pero la pesca no será fácil; fue llamado por el Mesías, pero este Mesías muere en una cruz. El final de la perícopa de hoy confirma esta invitación a Pedro que es invitación para todos. La profundización del seguimiento, la reinterpretación del llamado vocacional, se hace desde la aceptación de la cruz. No significa, como muchos creen, tomar una cruz que un dios nos impone por designios misteriosos, sino volverse marginal, volverse condenado a muerte, volverse despreciado, nada más y nada menos que por el Evangelio. La opción por la Buena Noticia implica la oposición de los poderes que asesinan y condenan en juicios mundanos. El que cargaba la cruz, en los tiempos del Imperio Romano, era el muerto caminante, del que nada podía esperarse, el que daba lástima, el que no tenía más vida por delante que la crucifixión inmediata. Tomar la cruz es optar tan radicalmente por el Evangelio, que la sociedad considere al discípulo como el último de la sociedad, el marginado; es tomar la condición extrema de ser un desgraciado para el orden establecido.
Qué Mesías espera la humanidad y qué Mesías anunciamos con la misión es un tema fundamental que, si no se clarifica, corre el riesgo de tergiversar la evangelización. La reacción de Pedro y la réplica de Jesús que leemos hoy, llegando a utilizar el sobrenombre de Sanatás para aquel que lo llamó Cristo, dan cuenta de la magnitud de la situación. Una mala interpretación del mesianismo, una interpretación violenta en términos políticos, una interpretación que responde a intereses propios, es una interpretación que afecta considerablemente el Evangelio, porque la Buena Noticia atraviesa la cruz para ser resurrección. La expectativa común suele recaer sobre la salvación que puede obtenerse de una manera que beneficie individualmente. El plan salvífico de Dios propone todo lo contrario. La salvación beneficia comunitariamente, beneficia a la humanidad, sino no es salvación completa. El mesianismo universal implica una cruz que sea universal, y una resurrección que afecte a todas las existencias. Las miradas reductivas sobre la obra salvífica son, al final de cuentas, miradas egoístas, miradas para el propio provecho. La misión debe estar atenta a estas miradas para no caer en ellas, para que no peligre el verdadero motivo evangelizador. No es infrecuente enfrentar la evangelización con un deseo triunfalista que se traduce hacia la gente como inmediatez de solución para las afecciones psíquicas, sociales y físicas de las personas. El mesianismo triunfalista es egoísta porque no se concentra en el bien de todos, sino en la efectividad de la acción sobrenatural en algunos. Se trata de una misión que encuentra éxito en las curaciones, en las sanaciones extraordinarias, en los espectáculos que recrean la vista.
El verdadero camino del discipulado, y por lo tanto, el verdadero camino de la misión, es la conciencia de la cruz. Una conciencia que, como ya mencionamos, no se trata de falsa resignación interpretando que, en el teatro cósmico, una entidad superior nos carga con preocupaciones; la cruz es asumida en el sentido positivo de que es una consecuencia propia del Evangelio. La opción por la Buena Noticia, la opción por su anuncio, repercute en cruz, que no es envío maléfico de Dios, sino acción de las fuerzas opuestas al amor, fuerzas que son Satanás, según la etimología hebrea de Satan, el adversario. O sea, las fuerzas satánicas son las opuestas a Dios, las opuestas al Cristo, las que se oponen al designio salvífico. Satanás, paradójicamente, no quiere la tribulación, sino la comodidad de los seres humanos. No quería que Jesús asumiera la cruz, sino que la obviara. No desea que los discípulos hagan un camino marginal, sino que disfruten de la pompa de este mundo. Lo adversario al plan de Dios evita la cruz a toda costa, porque la cruz es la entrega gratuita, es la entrega para todos, es la entrega que salva. El misionero está invitado a profundizar su seguimiento desde el discernimiento de los éxitos y fracasos de la misión, que no necesariamente son éxitos y fracasos en términos culturales actuales. La misión es mesiánica cuando el egoísmo deja paso a la universalidad.
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