Descubrir signos de vitalidad en medio del quehacer y de la rutina de cada día no suele ser una práctica habitual. Celebrarlos, mucho menos.
Los signos de vitalidad de un grupo y una persona tienen que ver con las expresiones de vida, de fecundidad y de crecimiento. Es lo opuesto a los signos de esterilidad, mediocridad y disminución. Son cuatro los pasos que hay que dar para hacer de estos signos punto de referencia de un método que nos lleva a gozar y multiplicar la vida. Esta palabra es clave en las instituciones y en los seres humanos y de una manera especial en la Iglesia. Vamos a describir estos pasos.
Primero, hay que ver los signos de vitalidad; hay que tener ojos para ello y prestar atención a todas las dimensiones de nuestra vida para encontrar semillas y frutos de vitalidad. Las personas y grupos que no logran ver los signos de vitalidad que hay en ellos no tienen futuro. Segundo, hay que situar y relacionar estos signos, para lo que hay que acertar a ponerles nombre. Es un paso muy importante y no fácil. Tercero, se precisa acertar a convertir los signos de vitalidad, que yo he identificado, en punto de partida de una etapa nueva. Tampoco es fácil. Hay mucha vida que nos la dejamos morir; muere antes de tiempo. No se logra entrar en un proceso.
En fin, hay que celebrar esos signos de vitalidad, que supone que nos arrepentimos y pedimos perdón por haber descuidado o dejado agotarse esa vida; supone también iluminarlos con la palabra; el evangelio está lleno de novedad y vitalidad y todo lo anima alguien que se llama a sí mismo vida y vida abundante. Pedir gracia para que aumenten los signos de vitalidad es parte importante de este proceso; celebrar pide alegría y gozo para alabar y agradecer esos signos de vitalidad, y para ello se precisa acertar a relacionarlos con la pascua de Jesús. A la Iglesia le viene bien abrir los ojos y mirarse a sí misma y entorno y conseguir ver y animar vida.
José María Arnáiz
Artículo publicado en Vida Nueva nº 2672.
Los signos de vitalidad de un grupo y una persona tienen que ver con las expresiones de vida, de fecundidad y de crecimiento. Es lo opuesto a los signos de esterilidad, mediocridad y disminución. Son cuatro los pasos que hay que dar para hacer de estos signos punto de referencia de un método que nos lleva a gozar y multiplicar la vida. Esta palabra es clave en las instituciones y en los seres humanos y de una manera especial en la Iglesia. Vamos a describir estos pasos.
Primero, hay que ver los signos de vitalidad; hay que tener ojos para ello y prestar atención a todas las dimensiones de nuestra vida para encontrar semillas y frutos de vitalidad. Las personas y grupos que no logran ver los signos de vitalidad que hay en ellos no tienen futuro. Segundo, hay que situar y relacionar estos signos, para lo que hay que acertar a ponerles nombre. Es un paso muy importante y no fácil. Tercero, se precisa acertar a convertir los signos de vitalidad, que yo he identificado, en punto de partida de una etapa nueva. Tampoco es fácil. Hay mucha vida que nos la dejamos morir; muere antes de tiempo. No se logra entrar en un proceso.
En fin, hay que celebrar esos signos de vitalidad, que supone que nos arrepentimos y pedimos perdón por haber descuidado o dejado agotarse esa vida; supone también iluminarlos con la palabra; el evangelio está lleno de novedad y vitalidad y todo lo anima alguien que se llama a sí mismo vida y vida abundante. Pedir gracia para que aumenten los signos de vitalidad es parte importante de este proceso; celebrar pide alegría y gozo para alabar y agradecer esos signos de vitalidad, y para ello se precisa acertar a relacionarlos con la pascua de Jesús. A la Iglesia le viene bien abrir los ojos y mirarse a sí misma y entorno y conseguir ver y animar vida.
José María Arnáiz
Artículo publicado en Vida Nueva nº 2672.
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