Por Gustavo Vélez, mxy
“Se acercó a Jesús un grupo de fariseos y letrados para preguntarle: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”. San Marcos, cap. 7.
A todas las religiones les preocupa la pureza o impureza de sus miembros. Lo cual da origen a diversos ritos de purificación, desde los más sencillos hasta otros más, contaminados de superstición y de magia. El Talmud señalaba a los judíos escrupulosas normas de limpieza, luego de haber tocado un cadáver, o haberse contaminado de otras formas: Nunca se debería usar agua de pozo, considerada impura, sino de alguna fuente. Se vertería del codo hacia la mano, procurando que escurriera fuera de la vasija. Algo semejante se haría con las copas, jarros y platos para los alimentos, que debían ser de metal o de vidrio, pero nunca de barro.
2.- Los rabinos promovían además la rigurosa observancia del sábado, el pago minucioso de los diezmos y la lista de plegarias para cada ocasión. San Marcos, quien escribe para los fieles de Roma que desconocían tales costumbres, explica todo ello. Absorbidos por ese maremágnum de preceptos, algunos fariseos querían obligar a todos a cumplirlos. Con razón se extrañaron porque los discípulos del Señor comían sin lavarse las manos y le reclamaron a Jesús.
3.- El Maestro, incómodo por tan resabiados extremismos, respondió con una frase de Isaías: “El culto que ellos me dan es vacío, pues la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Para nosotros los cristianos de hoy, vale también esta palabra. Quizás le hemos añadido a nuestra fe muchas tradiciones meramente humanas. De allí que numerosos creyentes, a pesar de su buena intención, viven oprimidos entre numerosas observancias. Para ellos es fundamental venerar tal imagen, realizar esta peregrinación, escuchar a este predicador, frecuentar determinado grupo, rezar tales fórmulas.
No negamos que nuestra fe necesite, como toda religión, un material didáctico. Pero no podemos absolutizar tales elementos pedagógicos, descuidando lo esencial: El seguimiento de Jesús, mediante una asimilación de sus valores.
4.- Luego Jesús indica que nada exterior puede marcharnos. Nos contamina lo de adentro: “Los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades nacen del corazón y hacen al hombre impuro”.
Pero el autor del salmo 14 nos presenta la otra cara del corazón: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no retracta lo que juró aún en daño propio, el que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará”.
5.- A finales del siglo XIX, Louis Pasteur descubrió que muchos cuerpos físicos podían purificarse de bacterias, sometiéndolos a una temperatura cercana a los 60º. Dicho proceso se llamó pasterización, en honor al sabio francés. Nosotros podemos destruir los gérmenes malignos de nuestro interior, si elevamos el nivel de nuestro amor a Dios y los prójimos. Nos lo enseña san Pedro en su primera carta: “La caridad cubre la multitud de los pecados”.
A todas las religiones les preocupa la pureza o impureza de sus miembros. Lo cual da origen a diversos ritos de purificación, desde los más sencillos hasta otros más, contaminados de superstición y de magia. El Talmud señalaba a los judíos escrupulosas normas de limpieza, luego de haber tocado un cadáver, o haberse contaminado de otras formas: Nunca se debería usar agua de pozo, considerada impura, sino de alguna fuente. Se vertería del codo hacia la mano, procurando que escurriera fuera de la vasija. Algo semejante se haría con las copas, jarros y platos para los alimentos, que debían ser de metal o de vidrio, pero nunca de barro.
2.- Los rabinos promovían además la rigurosa observancia del sábado, el pago minucioso de los diezmos y la lista de plegarias para cada ocasión. San Marcos, quien escribe para los fieles de Roma que desconocían tales costumbres, explica todo ello. Absorbidos por ese maremágnum de preceptos, algunos fariseos querían obligar a todos a cumplirlos. Con razón se extrañaron porque los discípulos del Señor comían sin lavarse las manos y le reclamaron a Jesús.
3.- El Maestro, incómodo por tan resabiados extremismos, respondió con una frase de Isaías: “El culto que ellos me dan es vacío, pues la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Para nosotros los cristianos de hoy, vale también esta palabra. Quizás le hemos añadido a nuestra fe muchas tradiciones meramente humanas. De allí que numerosos creyentes, a pesar de su buena intención, viven oprimidos entre numerosas observancias. Para ellos es fundamental venerar tal imagen, realizar esta peregrinación, escuchar a este predicador, frecuentar determinado grupo, rezar tales fórmulas.
No negamos que nuestra fe necesite, como toda religión, un material didáctico. Pero no podemos absolutizar tales elementos pedagógicos, descuidando lo esencial: El seguimiento de Jesús, mediante una asimilación de sus valores.
4.- Luego Jesús indica que nada exterior puede marcharnos. Nos contamina lo de adentro: “Los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades nacen del corazón y hacen al hombre impuro”.
Pero el autor del salmo 14 nos presenta la otra cara del corazón: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no retracta lo que juró aún en daño propio, el que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará”.
5.- A finales del siglo XIX, Louis Pasteur descubrió que muchos cuerpos físicos podían purificarse de bacterias, sometiéndolos a una temperatura cercana a los 60º. Dicho proceso se llamó pasterización, en honor al sabio francés. Nosotros podemos destruir los gérmenes malignos de nuestro interior, si elevamos el nivel de nuestro amor a Dios y los prójimos. Nos lo enseña san Pedro en su primera carta: “La caridad cubre la multitud de los pecados”.
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