Publicado por Esquila Misional
Les presento a Claudio y a Silvia, una pareja excepcional de cristiano; de esos que de verdad están convencidos, que dejan huella con lo que hacen y de quienes aprendí tanto durante esta Semana Santa. Ellos son, como dice el Evangelio, «la sal» que da sabor a su comunidad.
Claudio es pescador y comerciante, un hombre lleno de alegría y fe a pesar de que la vida no ha sido fácil para él y los suyos. Pero lo que le sobra a este singular personaje son sus ganas de vivir y trabajar por el bien de su familia y de su comunidad. Es un hombre íntegro, siempre disponible para ayudar a todos. Asiste a la iglesia con sus hijos y su esposa y se entregan con mucho amor a Dios.
Silvia es ama de casa, madre de cuatro niños, catequista, costurera, comerciante y, en fin, una mujer a título pleno. Ella no descansa, sus jornadas de trabajo son de horas interminables, pero parece que nunca está cansada, que tiene la «batería siempre cargada».
La casa donde viven Claudio y su familia es un verdadero hogar, sencillo y humilde, pero digno y confortable; ahí se respira armonía, fe, optimismo y ganas de salir adelante. Lo que más me gustó de este particular matrimonio es que hace oración en familia y en sus plegarias piden por todos, para que a nadie le falte una buena pesca y un buen retorno a casa. Agradecen a Dios por las mañanas y enseñan a sus hijos el amor y la solidaridad para con su prójimo.
Agradezco infinitamente a Claudio, a Silvia y a sus hijos por recibirnos en su hogar, por darnos alimento, por tratarnos con tanta amabilidad, por contagiarnos alegría y ganas de vivir, pero sobre todo, por su amistad y por su testimonio de amor a Dios y a la Iglesia.
En esta Semana Santa aprendí que, a pesar de las carencias materiales y de las dificultades de la vida, siempre habrá «Claudios y Silvias» que nos digan que vale la pena luchar y que sí se puede ser cristiano en un mundo tan conflictivo como el nuestro. Gracias por enseñarme a servir y a amar más a Dios.
Claudio es pescador y comerciante, un hombre lleno de alegría y fe a pesar de que la vida no ha sido fácil para él y los suyos. Pero lo que le sobra a este singular personaje son sus ganas de vivir y trabajar por el bien de su familia y de su comunidad. Es un hombre íntegro, siempre disponible para ayudar a todos. Asiste a la iglesia con sus hijos y su esposa y se entregan con mucho amor a Dios.
Silvia es ama de casa, madre de cuatro niños, catequista, costurera, comerciante y, en fin, una mujer a título pleno. Ella no descansa, sus jornadas de trabajo son de horas interminables, pero parece que nunca está cansada, que tiene la «batería siempre cargada».
La casa donde viven Claudio y su familia es un verdadero hogar, sencillo y humilde, pero digno y confortable; ahí se respira armonía, fe, optimismo y ganas de salir adelante. Lo que más me gustó de este particular matrimonio es que hace oración en familia y en sus plegarias piden por todos, para que a nadie le falte una buena pesca y un buen retorno a casa. Agradecen a Dios por las mañanas y enseñan a sus hijos el amor y la solidaridad para con su prójimo.
Agradezco infinitamente a Claudio, a Silvia y a sus hijos por recibirnos en su hogar, por darnos alimento, por tratarnos con tanta amabilidad, por contagiarnos alegría y ganas de vivir, pero sobre todo, por su amistad y por su testimonio de amor a Dios y a la Iglesia.
En esta Semana Santa aprendí que, a pesar de las carencias materiales y de las dificultades de la vida, siempre habrá «Claudios y Silvias» que nos digan que vale la pena luchar y que sí se puede ser cristiano en un mundo tan conflictivo como el nuestro. Gracias por enseñarme a servir y a amar más a Dios.
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