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domingo, 9 de agosto de 2009

Identidad de Cristo y de la Iglesia

Por Silvano Fausti, S.J.

El Evangelio de Lucas ofrece, en el capítulo sexto, una síntesis de la catequesis bautismal. Presenta el argumento fundamental de la evangelización: el rostro del Hijo que revela el del Padre, espejo del nuestro. Es un autorretrato de Jesús, que expresa lo que es y hace. La escucha de esta palabra constituye la Iglesia; y la Iglesia es tal porque cumple esta palabra. Ella es principio y fin de nuestra vida: es la vida misma de Dios, ofrecida a cada hombre. El discurso se inicia con cuatro felicitaciones por los pobres y cuatro condolencias por los ricos. La lógica de Dios da vuelta a la del mundo. El reino de Dios es de los pobres ya en el presente. Su futuro –saciedad, alegría y exultación– es dejado a nuestra responsabilidad: lo que les hacemos a ellos, nos salva más que a ellos (Mt 25, 31-46). Dios es amor que no posee nada, pero da todo, también a sí mismo. Justamente de esta manera es Él mismo. El pobre está en la condición óptima para ser como Él: al no tener nada, solo puede darse a sí mismo. Es un vacío que puede recibir todo, también al mismo Dios. Los ricos, al contrario de Dios, están llenos de sí mismos y ya poseen todo. Pero poseer otras cosas y a sí mismos es egoísmo, fuente de todo mal. Injusticia y hambre, odio y guerra, exclusión y lucha: todo esto viene del deseo ardiente de poseer. El hombre quiere justamente ser como Dios. Pero la falsa imagen del Padre, sugerida por la serpiente, pervierte en muerte nuestro deseo de vida.

Para san Ignacio, la "sagrada doctrina", o sea, la esencia del cristianismo, es el "estilo" de Jesús trazado en las bienaventuranzas. Él envía a los apóstoles a educar a cada persona a amar la pobreza, el servicio y la humildad, en vez de la riqueza, el poder y el orgullo. Solo así llegamos a ser semejantes a Dios y lo podemos conocer: lo semejante es reconocido por su semejante. Por eso la evangelización no es per se "hablar del Señor", sino "dar testimonio de Él" con la propia vida. ¡Hablar de Él sin dar testimonio es la primera causa del ateísmo!

De este fundamento de valores nace un modo diverso de vivir que realiza un mundo nuevo. El otro ya no es mi enemigo a quien odiar, sino un hermano a quien amar. De esta manera llego a ser como Dios, que actúa así. La ley de libertad, propia del amor, es la del Hijo: "Sean misericordiosos (= uterinos, maternos), como el Padre es misericordioso", que no juzga ni condena, sino que perdona y da todo.

Quien tiene este espíritu de pobreza, amor, misericordia, entrega y perdón, llega a ser evangelio viviente. Un evangelizado que evangeliza de muchos modos. "Testigo" de Jesús: con su misma identidad y relevancia de Hijo. Esta identidad lo hace "sal de la tierra" que da sabor a cada realidad (Mt 5,13), "pequeña semilla" que llega a ser el gran árbol del reino (Mc 4, 30ss), "levadura" escondida que fermenta toda la masa (Lc 12, 20). Esta identidad escondida, pequeña e invisible, genera su relevancia: es "perfume de Cristo" que se difunde a su alrededor (2 Cor 2, 14ss), "luz del mundo" que muestra a todos la verdad (Mt 5, 14a; Jn 8, 12), "ciudad sobre el monte" que manifiesta un modo hermoso de estar juntos (Mt 5, 14b), "eco" de la Palabra que se difunde por todas partes (1Tes 1, 9ss), "imitador" del Apóstol y "modelo" para todos (1Tes 1, 6-7). La evangelización crece por imitación de modelos que presentamos. El discurso bautismal de Lucas propone como modelo a imitar al mismo Jesús (1Cor 11,1), el Hijo que es el rostro del Padre. Si uno actúa como él, construye sobre roca: llega a ser de la casa con Dios (Ef 2, 19-22). Por el contrario quien "construye sobre arena": todo lo que hace se cae. Y es grande su ruina.
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Silvano Fausti, S.J. Biblista y escritor. Publicado en revista Mensaje, www.mensaje.cl

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WebJCP | Abril 2007