Aunque la frase solemos aplicarla en otro contexto, yo quisiera aplicarla hoy a la Iglesia. No todos los que están en la Iglesia se sienten Iglesia. No todos los que se dicen creyentes, creen de verdad.
Es lo mismo que le sucedió a Jesús, le seguían muchos. Al menos, en este capítulo de Juan, descubrimos como tres círculos de seguidores. Un círculo amplio, otro más reducido y el círculo de los Doce. Pero seguirle sin verdaderos convencimientos y sin verdaderas motivaciones tiene que estallar en cualquier momento. Y estalló aquí, en el discurso del Pan de Vida. Muchos llegaron al convencimiento de que aquello no era para ellos, que no era posible creer a sus palabras y así comenzó a desmembrarse todo el grupo.
Hay en Jesús una frase profundamente significativa: “Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían” y, para colmo, también “quien lo iba a entregar”. Se puede seguir a Jesús y no tener fe en Él. Lo curioso es que en ningún momento Jesús trató de espantarlos, marginarlos o echarlos fuera. Esperó a que ellos mismos se decidieran o, mejor dicho, que la misma fuerza de su predicación los obligase a salirse del grupo.
Uno se pregunta si no será también esta la realidad de muchos bautizados, la realidad de muchos que se dicen creyentes. Han sido bautizados, sencillamente, porque los bautizaron, pero nunca asumieron el compromiso de su bautismo. Han recibido el don de la fe, pero nunca han vivido su fe y hasta es posible que su fe haya quedado olvidada en cualquier rincón de sus vidas.
Una de las señales pudiera ser su propia práctica religiosa. Bautizados que cumplen con los tres sacramentos tradicionales, bautismo, primera comunión y matrimonio, pero que de ahí no pasan. Mientras están en la catequesis aún pareciera que creen, pero terminan la catequesis y no regresan más a la Iglesia hasta que se casan.
¿De qué fe podemos hablar cuando no se la vive? ¿De qué podemos hablar cuando toda su vida la viven al margen de las exigencias de la fe? ¿De qué fe estamos hablando cuando ni oran, ni van a Misa, ni participan en nada ni piensan desde la fe, ni miran la vida desde la fe?
Están sí en la Iglesia, pero ¿qué tipo de Iglesia son? No han renunciado ciertamente a su fe, ¿pero en qué consiste para ellos creer? Todos sabemos que esto sucede. Sin embargo, ahí están. Por eso, cualquier viento de novedad se los lleva y abandonan la Iglesia. También para ellos, ante cualquier exigencia que no les de la razón, “estas palabras son duras ¿quién podrá creerle?”
“Y no volvieron a ir con Él.” No basta comenzar el camino, es preciso tener la constancia de seguir caminando. El comenzar el seguimiento de Jesús es un momento de gracia. Es posible que muchos al principio de entusiasmen, pero luego cuando llega la realidad de la vida, se descuelgan y se quedan en el camino. Tal vez porque se equivocaron de camino o tal vez porque nunca han tenido una verdadera experiencia de Jesús y de la fe.
Cada año son muchos los bautizados, pero luego, ¿Cuántos son los que siguen realmente comprometidos? Y no estamos hablando de gente mala, ni que todos los que se quedan sean malos. Es posible que sea gente buena y sincera, pero que no siente esa “llamada del Padre” o como dice Jesús “nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
En 1942 ingresábamos al Seminario, mi promoción, sesenta y ocho jóvenes. Llegamos al Sacerdocio dieciséis. Los que aún seguimos, ¿seremos tal vez mejor que ellos? No estoy muy seguro. Yo estoy convencido que al menos algunos de los que se fueron, eran mucho mejores que yo, hasta me atrevería a decir que llevaban una vida mejor que la mía. ¿Qué pasó en el camino? Para mí, personalmente es un misterio de la gracia que nunca lograré entender.
Por eso, ¡qué difícil resulta juzgar la vida y la conciencia de cada uno! Porque cada uno es todo un misterio de gracia, de fidelidad e infidelidad, de escucha y de sordera. Por otra parte, ¿quién es capaz de juzgar las decisiones de cada uno? Nadie sabe lo que pasa en el fondo del alma del otro. Nadie conoce los problemas que cada uno arrastra o encuentra en su camino.
Siento alegría por los que aún seguimos diciendo sí al Señor y siento pena por aquellos que se fueron y a los que no he vuelto a ver más en mi vida.
Yo sé que muchos de ellos están viviendo una vida cristiana seria y profunda. Por eso, mi actitud para con todos ellos no es de crítica sino que es de respeto. De alguno de ellos a quien un día llamé por teléfono, su hijo me decía: “Mi padre ha sido un tonto. Fue uno de los mejores abogados laboralistas, y nunca se ha hecho rico. Su conciencia fue para él su gran freno.” Me pareció, siendo una crítica, el mejor elogio de su padre.
No se trata de justificar a los que abandonan. Se trata sencillamente de no juzgarlos ni condenarlos, porque nosotros no conocemos la verdad de sus corazones.
El momento de la Confirmación, como sacramento de la madurez cristiana, debiera poner a los jóvenes en una situación de crisis. ¡Confirmación, sí o Confirmación, no!
¿Acepto a Cristo en mi vida y hago una opción definitiva de mi fe o simplemente decido quedarme en el montón de los indecisos?
No se trata de que los jóvenes se retiren, se trata de hacerles un planteamiento serio de su Confirmación que, de alguna forma, ellos mismos, de manera consciente y responsable, se decidan como creyentes. Conozco una chica que, a pesar de que toda su Promoción se confirmaba, ella decidió no hacerlo. No se sentía segura de sí mismo frente a las consecuencias del sacramento del Espíritu Santo. Tenía casi dieciséis años.
En un principio se sintió incómoda, tanto más que sus padres le dijeron todo lo que les vino en gana, pero esto le sirvió para ir madurando. Cuando se sintió segura de sí misma y de sus propias creencias, se confirmó a los veintidós años.
Muchas de sus compañeras no volvieron a la Iglesia, a pesar de estar confirmadas. Ella tomó en serio su fe y hoy es una ferviente creyente.
La actitud de Jesús pudiera parecer arriesgada y lo fue. Sin embargo, no tuvo reparos en poner a los suyos entre la espada y la pared. En la vida hay momentos de decisiones. Sólo cuando decidimos responsable y consciente y libremente logramos lo que buscamos. Una fe que no ha sido probada no sabemos qué tipo de fe será. Un amor que no ha pasado por la prueba y la dificultad puede ser un amor muy frágil que al primer obstáculo se viene abajo.
Yo también. No me preocupan los que tienen crisis, más me preocupan los que nunca han tenido una crisis de fe. La razón es muy sencilla: O tienen una fe tan grande que superó todas las crisis, o tienen tan poca fe que ni siquiera es capaz de sufrir crisis alguna, o simplemente no tienen fe. El que no tiene fe no puede tener crisis de fe, sólo tiene crisis el que cree.
Yo no sé por qué la palabra “crisis” tiene tan mal ambiente. Si las crisis son normales. Además las crisis son una manera de maduración, por algo dicen que los chinos llaman a la palabra “crisis” “oportunidad”. Porque las crisis significan que uno se plantea conscientemente su fe y se encuentra con situaciones y problemas que no logra entender. Entonces las crisis son el momento no de abandonar sino de cuestionar, profundizar y purificar nuestra fe.
Las crisis de la adolescencia son buenas porque significan que el joven está ya tomando conciencia de sí mismo, de su libertad y, por tanto, de sus opciones.
Las crisis matrimoniales, tan temidas por muchos, pueden ser el momento para renovar y reactivar su amor que posiblemente ya ha caído en la rutina, la vulgaridad y la costumbre. Es entonces que la pareja se debe replantear su amor y su vida como pareja.
Es cierto que determinadas crisis tienen su momento porque cuando vienen fuera de tiempo es posible que ya sea un poco tarde.
Los Doce también pasaron su momento de “crisis”. Una crisis provocada por el mismo Jesús. “¿También vosotros queréis marcharos?” Ante la crisis de las gentes que le seguían, Jesús quiere someter a los Doce a la crisis de una decisión. ¿Largarse como todo el mundo? Era el momento oportuno. ¿O romper con lo que hacen todos y asumir el propio reto y desafío? Como siempre, Pedro asume, en nombre de todos, la decisión: “¿Y a quién vamos acudir? Tú tienes palabras de vida eterna." La mismas palabras que para unos resultaban un escándalo y eran incomprensibles, para ellos eran “palabras de vida eterna”.
1. Mañana todo puede ser diferente dentro de ti, si te decides tú mismo a cambiar. Es tan fácil eso que te basta decir un “sí”. Te he dicho un “sí” y no un “me gustaría”. Atrévete a decirte sí a ti mismo y verás que mañana te sientes otro diferente a los que eres hoy.
2. Mañana todo puede ser diferente en tu hogar, si tú te decides a ser diferente contigo mismo y con los tuyos. No les culpes a ellos de las cosas que pasan. Tú eres el primer culpable de que las cosas no anden y también de que las cosas sean distintas.
3. Mañana todo puede ser diferente en tu trabajo. Basta que mañana, cuando llegues, vean todos que tú has cambiado, que eres otro, que ya no regañas, ya no te molestas, ni te enfadas sino que sonríes y cantas. De ti depende eso. ¿No te parece fácil?
4. Mañana todo puede ser diferente en la Iglesia. Claro, si tú te decides a cambiar y, en vez de ser un tipo pasivo que todo lo espera de la Iglesia, te decides a construir Iglesia, hacer Iglesia y darle vida a la Iglesia. ¿Sabías que el hoy y el mañana de la Iglesia dependen de ti?
5. Mañana puede ser todo diferente en el mundo. Siempre y cuando tú seas diferente. El mundo nunca fue malo, somos nosotros quienes lo reventamos y averiamos. Por eso, basta que tú cambies, que tú seas distinto, para que todo cambie en torno a ti. ¡Qué baratos suelen ser los cambios en la vida!
6. Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque mañana tú puedes mirar la vida con ojos distintos, con ojos nuevos, con ojos de esperanza. Mañana puedes mirar las cosas por encima de lo que son y verlas como tienen que ser y el mundo habrá cambiado.
7. Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque hoy Dios es capaz de cambiarte el corazón, cambiarte la cabeza, cambiarte el egoísmo que llevas dentro. ¿Te atreves a dejarte cambiar por Él para que mañana todo sea diferente? Dios tiene la oferta y tú tienes la palabra.
Es lo mismo que le sucedió a Jesús, le seguían muchos. Al menos, en este capítulo de Juan, descubrimos como tres círculos de seguidores. Un círculo amplio, otro más reducido y el círculo de los Doce. Pero seguirle sin verdaderos convencimientos y sin verdaderas motivaciones tiene que estallar en cualquier momento. Y estalló aquí, en el discurso del Pan de Vida. Muchos llegaron al convencimiento de que aquello no era para ellos, que no era posible creer a sus palabras y así comenzó a desmembrarse todo el grupo.
Hay en Jesús una frase profundamente significativa: “Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían” y, para colmo, también “quien lo iba a entregar”. Se puede seguir a Jesús y no tener fe en Él. Lo curioso es que en ningún momento Jesús trató de espantarlos, marginarlos o echarlos fuera. Esperó a que ellos mismos se decidieran o, mejor dicho, que la misma fuerza de su predicación los obligase a salirse del grupo.
Uno se pregunta si no será también esta la realidad de muchos bautizados, la realidad de muchos que se dicen creyentes. Han sido bautizados, sencillamente, porque los bautizaron, pero nunca asumieron el compromiso de su bautismo. Han recibido el don de la fe, pero nunca han vivido su fe y hasta es posible que su fe haya quedado olvidada en cualquier rincón de sus vidas.
Una de las señales pudiera ser su propia práctica religiosa. Bautizados que cumplen con los tres sacramentos tradicionales, bautismo, primera comunión y matrimonio, pero que de ahí no pasan. Mientras están en la catequesis aún pareciera que creen, pero terminan la catequesis y no regresan más a la Iglesia hasta que se casan.
¿De qué fe podemos hablar cuando no se la vive? ¿De qué podemos hablar cuando toda su vida la viven al margen de las exigencias de la fe? ¿De qué fe estamos hablando cuando ni oran, ni van a Misa, ni participan en nada ni piensan desde la fe, ni miran la vida desde la fe?
Están sí en la Iglesia, pero ¿qué tipo de Iglesia son? No han renunciado ciertamente a su fe, ¿pero en qué consiste para ellos creer? Todos sabemos que esto sucede. Sin embargo, ahí están. Por eso, cualquier viento de novedad se los lleva y abandonan la Iglesia. También para ellos, ante cualquier exigencia que no les de la razón, “estas palabras son duras ¿quién podrá creerle?”
“MUCHOS SE ECHARON ATRÁS”
“Y no volvieron a ir con Él.” No basta comenzar el camino, es preciso tener la constancia de seguir caminando. El comenzar el seguimiento de Jesús es un momento de gracia. Es posible que muchos al principio de entusiasmen, pero luego cuando llega la realidad de la vida, se descuelgan y se quedan en el camino. Tal vez porque se equivocaron de camino o tal vez porque nunca han tenido una verdadera experiencia de Jesús y de la fe.
Cada año son muchos los bautizados, pero luego, ¿Cuántos son los que siguen realmente comprometidos? Y no estamos hablando de gente mala, ni que todos los que se quedan sean malos. Es posible que sea gente buena y sincera, pero que no siente esa “llamada del Padre” o como dice Jesús “nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
En 1942 ingresábamos al Seminario, mi promoción, sesenta y ocho jóvenes. Llegamos al Sacerdocio dieciséis. Los que aún seguimos, ¿seremos tal vez mejor que ellos? No estoy muy seguro. Yo estoy convencido que al menos algunos de los que se fueron, eran mucho mejores que yo, hasta me atrevería a decir que llevaban una vida mejor que la mía. ¿Qué pasó en el camino? Para mí, personalmente es un misterio de la gracia que nunca lograré entender.
Por eso, ¡qué difícil resulta juzgar la vida y la conciencia de cada uno! Porque cada uno es todo un misterio de gracia, de fidelidad e infidelidad, de escucha y de sordera. Por otra parte, ¿quién es capaz de juzgar las decisiones de cada uno? Nadie sabe lo que pasa en el fondo del alma del otro. Nadie conoce los problemas que cada uno arrastra o encuentra en su camino.
Siento alegría por los que aún seguimos diciendo sí al Señor y siento pena por aquellos que se fueron y a los que no he vuelto a ver más en mi vida.
Yo sé que muchos de ellos están viviendo una vida cristiana seria y profunda. Por eso, mi actitud para con todos ellos no es de crítica sino que es de respeto. De alguno de ellos a quien un día llamé por teléfono, su hijo me decía: “Mi padre ha sido un tonto. Fue uno de los mejores abogados laboralistas, y nunca se ha hecho rico. Su conciencia fue para él su gran freno.” Me pareció, siendo una crítica, el mejor elogio de su padre.
No se trata de justificar a los que abandonan. Se trata sencillamente de no juzgarlos ni condenarlos, porque nosotros no conocemos la verdad de sus corazones.
LA CONFIRMACIÓN Y LA CRISIS DE FE
El momento de la Confirmación, como sacramento de la madurez cristiana, debiera poner a los jóvenes en una situación de crisis. ¡Confirmación, sí o Confirmación, no!
¿Acepto a Cristo en mi vida y hago una opción definitiva de mi fe o simplemente decido quedarme en el montón de los indecisos?
No se trata de que los jóvenes se retiren, se trata de hacerles un planteamiento serio de su Confirmación que, de alguna forma, ellos mismos, de manera consciente y responsable, se decidan como creyentes. Conozco una chica que, a pesar de que toda su Promoción se confirmaba, ella decidió no hacerlo. No se sentía segura de sí mismo frente a las consecuencias del sacramento del Espíritu Santo. Tenía casi dieciséis años.
En un principio se sintió incómoda, tanto más que sus padres le dijeron todo lo que les vino en gana, pero esto le sirvió para ir madurando. Cuando se sintió segura de sí misma y de sus propias creencias, se confirmó a los veintidós años.
Muchas de sus compañeras no volvieron a la Iglesia, a pesar de estar confirmadas. Ella tomó en serio su fe y hoy es una ferviente creyente.
La actitud de Jesús pudiera parecer arriesgada y lo fue. Sin embargo, no tuvo reparos en poner a los suyos entre la espada y la pared. En la vida hay momentos de decisiones. Sólo cuando decidimos responsable y consciente y libremente logramos lo que buscamos. Una fe que no ha sido probada no sabemos qué tipo de fe será. Un amor que no ha pasado por la prueba y la dificultad puede ser un amor muy frágil que al primer obstáculo se viene abajo.
“YO TENGO CRISIS DE FE”
Yo también. No me preocupan los que tienen crisis, más me preocupan los que nunca han tenido una crisis de fe. La razón es muy sencilla: O tienen una fe tan grande que superó todas las crisis, o tienen tan poca fe que ni siquiera es capaz de sufrir crisis alguna, o simplemente no tienen fe. El que no tiene fe no puede tener crisis de fe, sólo tiene crisis el que cree.
Yo no sé por qué la palabra “crisis” tiene tan mal ambiente. Si las crisis son normales. Además las crisis son una manera de maduración, por algo dicen que los chinos llaman a la palabra “crisis” “oportunidad”. Porque las crisis significan que uno se plantea conscientemente su fe y se encuentra con situaciones y problemas que no logra entender. Entonces las crisis son el momento no de abandonar sino de cuestionar, profundizar y purificar nuestra fe.
Las crisis de la adolescencia son buenas porque significan que el joven está ya tomando conciencia de sí mismo, de su libertad y, por tanto, de sus opciones.
Las crisis matrimoniales, tan temidas por muchos, pueden ser el momento para renovar y reactivar su amor que posiblemente ya ha caído en la rutina, la vulgaridad y la costumbre. Es entonces que la pareja se debe replantear su amor y su vida como pareja.
Es cierto que determinadas crisis tienen su momento porque cuando vienen fuera de tiempo es posible que ya sea un poco tarde.
Los Doce también pasaron su momento de “crisis”. Una crisis provocada por el mismo Jesús. “¿También vosotros queréis marcharos?” Ante la crisis de las gentes que le seguían, Jesús quiere someter a los Doce a la crisis de una decisión. ¿Largarse como todo el mundo? Era el momento oportuno. ¿O romper con lo que hacen todos y asumir el propio reto y desafío? Como siempre, Pedro asume, en nombre de todos, la decisión: “¿Y a quién vamos acudir? Tú tienes palabras de vida eterna." La mismas palabras que para unos resultaban un escándalo y eran incomprensibles, para ellos eran “palabras de vida eterna”.
MAÑANA TODO SERÁ DIFERENTE
1. Mañana todo puede ser diferente dentro de ti, si te decides tú mismo a cambiar. Es tan fácil eso que te basta decir un “sí”. Te he dicho un “sí” y no un “me gustaría”. Atrévete a decirte sí a ti mismo y verás que mañana te sientes otro diferente a los que eres hoy.
2. Mañana todo puede ser diferente en tu hogar, si tú te decides a ser diferente contigo mismo y con los tuyos. No les culpes a ellos de las cosas que pasan. Tú eres el primer culpable de que las cosas no anden y también de que las cosas sean distintas.
3. Mañana todo puede ser diferente en tu trabajo. Basta que mañana, cuando llegues, vean todos que tú has cambiado, que eres otro, que ya no regañas, ya no te molestas, ni te enfadas sino que sonríes y cantas. De ti depende eso. ¿No te parece fácil?
4. Mañana todo puede ser diferente en la Iglesia. Claro, si tú te decides a cambiar y, en vez de ser un tipo pasivo que todo lo espera de la Iglesia, te decides a construir Iglesia, hacer Iglesia y darle vida a la Iglesia. ¿Sabías que el hoy y el mañana de la Iglesia dependen de ti?
5. Mañana puede ser todo diferente en el mundo. Siempre y cuando tú seas diferente. El mundo nunca fue malo, somos nosotros quienes lo reventamos y averiamos. Por eso, basta que tú cambies, que tú seas distinto, para que todo cambie en torno a ti. ¡Qué baratos suelen ser los cambios en la vida!
6. Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque mañana tú puedes mirar la vida con ojos distintos, con ojos nuevos, con ojos de esperanza. Mañana puedes mirar las cosas por encima de lo que son y verlas como tienen que ser y el mundo habrá cambiado.
7. Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque hoy Dios es capaz de cambiarte el corazón, cambiarte la cabeza, cambiarte el egoísmo que llevas dentro. ¿Te atreves a dejarte cambiar por Él para que mañana todo sea diferente? Dios tiene la oferta y tú tienes la palabra.
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