Publicado por Fundación Epsilón
No nos engañemos. Aunque sigamos diciendo que creemos en Dios; aunque vayamos a misa todos los domingos; aunque llevemos una cruz colgada al cuello; aunque ayunemos incluso más de lo que está legislado; aunque demos muchas limosnas... Mientras no nos unamos a Jesús en la tarea de transformar este mundo, llenándolo de vida mediante la práctica del amor, estaremos renunciando a nuestra fe.
Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: -Este modo de hablar es insoportable. ¿Quién puede hacerle caso?
A Jesús, después del reparto de los panes y los peces, quisieron hacerlo rey Jn 6,15). Pero él no quiso; habría sido seguir como siempre, sin cambiar prácticamente nada. A los discípulos también les había entusiasmado la idea y se habían marchado del lado de Jesús dominados por la tiniebla, por la ambición de poder (Jn 6,16-21). Jesús fue a buscarlos, y han estado presentes y han podido escuchar todo el discurso de Jesús acerca del pan de vida y las respuestas que ha dado a las objeciones de los partidarios del régimen judío.
Y ahora tampoco ellos se muestran dispuestos a probar un nuevo camino. A pesar de que estaba claro que los anteriores intentos habían conducido todos al fracaso, a pesar de que a lo largo de la historia de su pueblo muchos reyes y muchos dirigentes habían frustrado el proyecto del Señor diciendo que lo hacían en nombre de Dios. Pero ellos parece que quieren intentarlo otra vez: Jesús de rey y ellos de ministros; seguro que ahora las cosas iban a ir definitivamente bien. Pero eso de cambiar las cosas desde abajo, poco a poco, sirviéndose sólo del amor... ¡y hasta dar la vida! «Este modo de hablar es insoportable.»
CARNE Y ESPÍRITU
Consciente Jesús de que lo criticaban sus discípulos, les dijo: -¿Esto os escandaliza? ¿Y si vierais subir al hombre adonde estaba al principio? Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros quienes no creen.
Podría parecer que ahora Jesús contradice lo expresado antes, cuando insistía en que la salvación de Dios llega sólo a través del hombre de carne y hueso. Pero no hay tal contradicción.
Jesús presenta a sus discípulos dos maneras de entender al hombre: como carne sola o como carne llena de Espíritu. Ya habíamos hablado del significado de la palabra «carne», que se refiere al hombre en cuanto ser mortal, débil. A los hombres nos han convencido de que la fuerza consiste en poseer el poder y la debilidad en carecer de él; Jesús, sin embargo, piensa que la verdadera debilidad de los hombres, la que irremediablemente los lleva a la muerte, no es la falta de poder, sino la falta de amor; por eso «la carne -sin Espíritu- no es de ningún provecho». Eso va a quedar demostrado cuando los poderosos intenten arrebatarle la vida: no podrán, y los discípulos comprobarán cómo sube vivo de la muerte que él acepta para mantener hasta el final su compromiso de amor con la humanidad-, «adonde estaba al principio».
De todo lo que les dice podrán convencerse por experiencia propia si, abriéndose a la acción del Espíritu, se hacen fuertes para poner en práctica las exigencias de Jesús: si viven de acuerdo con las enseñanzas que se deducen del reparto de los panes y los peces, si se incorporan al proceso de liberación que da inicio con Jesús, si se entregan a la lucha para convertir este mundo en un mundo de hermanos, y si todo eso lo hacen por amor, sentirán dentro de si la fuerza de la vida que comunica el Espíritu y ya no serán sólo carne débil, sino carne vivificada por la fuerza del Amor.
EN ESTO NO HAY REBAJAS
Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Preguntó entonces Jesús a los Doce: -¿Es que también vosotros queréis marcharos? Le contestó Simón Pedro: -Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva, y nosotros creemos firmemente y sabemos muy bien que tú eres el consagrado por Dios.
La convicción de que todo se tiene que resolver desde arriba, de que sólo con el poder se pueden cambiar las cosas, quizá la ambición de algún puesto o, simplemente, la falta de confianza en la fuerza del amor, son causas que provocan que muchos, desde este momento, dejen de seguir a Jesús, quien, aunque le duela ver que muchos abandonan, no rebaja en nada sus exigencias; al contrario, pide a los Doce que se definan: ¿de qué lado están ellos? ¿Se van o se quedan?
En la respuesta de Pedro resuena la experiencia de la comunidad para la que Juan escribe: las exigencias de Jesús, la práctica del amor fraterno ('n 15,9-11; véase comentario anterior), han cambiado la existencia de cada uno de sus miembros y sienten que la presencia del Espíritu ha dado carácter definitivo a sus vidas.
La pregunta sigue formulada y las exigencias de Jesús siguen siendo las mismas para todos los que quieren ser sus seguidores. Esa es la fe que él pide, ésa es la fe que nosotros decimos profesar. Pero no basta con estar apuntados al grupo de Jesús (a las palabras de Pedro confesando su fe, respondió Jesús: «¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? Y, sin embargo, uno de vosotros es un enemigo»). Sólo la vida revela la vida; sólo una carne que se da por amor muestra que está llena de Espíritu; sólo una fe adulta, por supuesto, pero firme y sin condiciones, sin pedir rebajas, es una verdadera fe cristiana. Una fe que no se reduce a una piedad individual que, a lo sumo, proporciona un inmenso consuelo espiritual, sino una fe que se traduce en un compromiso de amor, en la entrega de sí mismo para que el mundo, los hombres de este mundo y de esta historia vivan y vivan felices.
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