Por Gustavo Vélez, mxy
“Dijo Jesús: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano”. San Mateo, Cáp. 18.
1.- Enseñan los cultores del idioma que el verbo corregir, derivado del latín, ya se usaba en España en el siglo XIV. Proviene de “regir”, como otras tantas voces castellanas, y si miramos el Evangelio, querrá decir entonces ayudar a alguien a gobernarse, cuando ha errado el camino.
En san Mateo leemos las recomendaciones de Jesús al respecto, calcadas sobre la praxis de la sinagoga. En esa reunión de los sábados que todavía frecuentan los judíos piadosos, había oportunidad de conocer los problemas de la comunidad y sus responsables.
Jesús señala a sus discípulos el método allí usado: Al que falla se le ha de reprender primero a solas. Y el Señor añade hermosamente: “Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Descubrimos entonces que en la corrección fraterna ha de actuar un elemento afectivo. Se trata de un hermano. Si él se hace el remiso, habrá que reprenderlo delante de uno o dos testigos. Aquí podemos saltar al siguiente párrafo de San Mateo: “Os aseguro que si dos o tres se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo”. Como quien dice, la fuerza de dos o tres presentes orientará al que ha fallado. Y además bajará sobre él la fuerza de Dios.
Más adelante, si el que peca se niega a cambiar, podemos acudir a la comunidad. Y si a ésta no le hace caso, “considéralo como un pagano o publicano”. Lo peor que podría sucederle a un judío. Algo así como desarraigarlo de su fe, de sus raíces.
2.- Reconozcamos que casi siempre cuando alguien de los nuestros falla, de inmediato se lo decimos a la comunidad. Este es un paso en falso. Que el apóstol Santiago, quien acertadamente escribió sobre el mal uso de la palabra, nos oriente: “Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados por el hombre. En cambio nadie ha podido domar la lengua”. Pero es consolador lo que sigue: “De una misma boca procede la bendición y la maldición”. El evangelio nos invita a “biendecir”. A reconstruir al prójimo con nuestra palabra.
3.- En esta tarea, obra excelente de caridad evangélica, el primer paso, “llama a solas a tu hermano” parece ser la etapa más difícil. Pero a al vez las más definitiva y restauradora. Tal vez no corregimos al hermano, al compañero de trabajo o de estudios, a los de nuestro grupo, o nuestro hogar por timidez, pereza, miedo a llevarnos un chasco. Vale la pena ejercitarnos en este arte exquisito de la corrección fraterna, donde juegan la prudente destreza, el tiempo oportuno, un tono preciso de voz. Se necesita creer en el otro, en su capacidad de superación. Mansedumbre y paciencia para no enfrentarlo con arrogancia. Para no herirlo, abriéndole siempre caminos de esperanza.
Hagámoslo hoy mismo. Corramos ese riesgo, convencidos de que todos somos pecadores. El Señor nos envía como sus mensajeros para decirle al otro que es posible cambiar. Que él nunca ha perdido su condición de hijo de Dios. Que son muchos los caminos de regreso, desde lejanas tierras, a la casa del Padre.
1.- Enseñan los cultores del idioma que el verbo corregir, derivado del latín, ya se usaba en España en el siglo XIV. Proviene de “regir”, como otras tantas voces castellanas, y si miramos el Evangelio, querrá decir entonces ayudar a alguien a gobernarse, cuando ha errado el camino.
En san Mateo leemos las recomendaciones de Jesús al respecto, calcadas sobre la praxis de la sinagoga. En esa reunión de los sábados que todavía frecuentan los judíos piadosos, había oportunidad de conocer los problemas de la comunidad y sus responsables.
Jesús señala a sus discípulos el método allí usado: Al que falla se le ha de reprender primero a solas. Y el Señor añade hermosamente: “Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Descubrimos entonces que en la corrección fraterna ha de actuar un elemento afectivo. Se trata de un hermano. Si él se hace el remiso, habrá que reprenderlo delante de uno o dos testigos. Aquí podemos saltar al siguiente párrafo de San Mateo: “Os aseguro que si dos o tres se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo”. Como quien dice, la fuerza de dos o tres presentes orientará al que ha fallado. Y además bajará sobre él la fuerza de Dios.
Más adelante, si el que peca se niega a cambiar, podemos acudir a la comunidad. Y si a ésta no le hace caso, “considéralo como un pagano o publicano”. Lo peor que podría sucederle a un judío. Algo así como desarraigarlo de su fe, de sus raíces.
2.- Reconozcamos que casi siempre cuando alguien de los nuestros falla, de inmediato se lo decimos a la comunidad. Este es un paso en falso. Que el apóstol Santiago, quien acertadamente escribió sobre el mal uso de la palabra, nos oriente: “Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados por el hombre. En cambio nadie ha podido domar la lengua”. Pero es consolador lo que sigue: “De una misma boca procede la bendición y la maldición”. El evangelio nos invita a “biendecir”. A reconstruir al prójimo con nuestra palabra.
3.- En esta tarea, obra excelente de caridad evangélica, el primer paso, “llama a solas a tu hermano” parece ser la etapa más difícil. Pero a al vez las más definitiva y restauradora. Tal vez no corregimos al hermano, al compañero de trabajo o de estudios, a los de nuestro grupo, o nuestro hogar por timidez, pereza, miedo a llevarnos un chasco. Vale la pena ejercitarnos en este arte exquisito de la corrección fraterna, donde juegan la prudente destreza, el tiempo oportuno, un tono preciso de voz. Se necesita creer en el otro, en su capacidad de superación. Mansedumbre y paciencia para no enfrentarlo con arrogancia. Para no herirlo, abriéndole siempre caminos de esperanza.
Hagámoslo hoy mismo. Corramos ese riesgo, convencidos de que todos somos pecadores. El Señor nos envía como sus mensajeros para decirle al otro que es posible cambiar. Que él nunca ha perdido su condición de hijo de Dios. Que son muchos los caminos de regreso, desde lejanas tierras, a la casa del Padre.
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