Cuando llegue el día 1º de noviembre próximo nos acordaremos de las once personas inmigrantes que murieron ahogadas en la playa de Los Lances (Tarifa) en 1988.
Fue aquella la primera tragedia de una larga serie ininterrumpida desde entonces. De tal modo que la repetición frecuente de muertes de inmigrantes en el mar ya casi ni es noticia y hasta la conciencia colectiva de protesta se va diluyendo. Los muertos quedan simplemente como un dato estadístico entre otros muchos: 265 en lo que va de año y casi mil en el 2007. Miles en estos 20 años.
Suele echase la culpa a las mafias, al mal tiempo, a la locura de aventurarse en el mar sin saber nadar y sin medios… Rara vez se dice donde residen las verdaderas causas. Salen obligados porque en sus países hay muy pocas esperanzas de futuro para la gente joven y ya no se resignan como sus viejos a vivir miserablemente mientras contemplan por la tele como otros viven en la opulencia y el bienestar material. Atraviesan el desierto del Sahara y saltan las vallas y cruzan el mar y arriesgan sus vidas y… ¡Se acabó el tiempo de la resignación!... Más de 7.500 han sido interceptados hasta ahora en el litoral español en este año, 19.000 lo fueron en 2007 y 41.000 en el año 2006.
Cada año son menos porque los sistemas de vigilancia (SIVE, FRONTEX, etc.) cada vez son más. Podemos dormir tranquilos: ninguna “avalancha” perturbará nuestro equilibrio social y laboral. Europa se blinda y se protege en su frontera sur: Italia, Grecia, España... para que el mar sea foso que separa y también fosa que sepulta los intentos y las esperanzas de quienes quieren vivir como nosotros.
Todos los gobiernos europeos, sean del signo que sean, tienen el mismo discurso: “luchar contra la inmigración ilegal”, que vengan sólo aquellos que necesitemos en cada momento y que se vayan cuando hay “crisis”. Es la política de “usar y tirar”, como propone el ministro Corbacho: pagarles la prestación por desempleo en una sola vez para que se marchen a su país. O condicionar la ayuda al desarrollo a los gobiernos africanos si controlan sus fronteras y frenan las salidas clandestinas.
Estamos en tiempos de recesión económica, en crisis, ya no los queremos en casa. Son población “sobrante” y es necesario que se vayan. Y el Parlamento europeo aprueba la llamada “Directiva de la Vergüenza”, con el fin de unificar y endurecer las políticas de los Estados miembros en unos términos ya bien conocidos y aireados sin ningún pudor: los inmigrantes “sin papeles” pasan a ser considerados cuasi-delincuentes, con penas muy duras de reclusión y de posterior expulsión.
Hacen de todo menos abordar las causas de fondo: la economía y la política, su sierva fiel, funcionan de manera que el 20% de la población mundial se come más del 85% de los bienes del planeta, mientras que el 80% de los habitantes sólo dispone del 15% restante. Cerca de mil millones de personas están en el abismo del hambre y la muerte, y otros mil millones más en la precariedad y la falta de trabajo y de recursos.
Es esta ilógica inhumana e injusta la que hay que cambiar. Los países empobrecidos no saldrán adelante con las limosnas, sino con un cambio del sistema comercial a nivel mundial. Esa es la verdadera cuestión: “Dejaros de oenegés y pagadnos mejor el café”... Sin embargo, nunca se afronta la solución radical y siguen considerando la llegada de personas inmigrantes como una invasión de “ilegales” que amenazan nuestro bienestar.
Casi nadie nos explica la inmigración como la otra cara de una globalización mercantil y deshumanizante que va destruyendo las economías de muchos países del Sur, desde el empleo a sus estructuras sociales y su ecosistema. Únicamente nos dicen que los inmigrantes constituyen un peligro del que hay que defenderse mediante fuertes escudos legislativos con estrictas medidas de control y de expulsión. Y ocultan que mientras exista empobrecimiento y subdesarrollo existirá emigración forzosa.
Por desgracia, eso es lo electoral y lo que cosecha votos, pues hay mucha gente que dice: “Es que aquí no se puede meter todo el mundo”... Produce pena y vergüenza que aún tenga plena actualidad aquel texto que Thomas Malthus (1766-1834) escribió hace muchísimos años despiadadamente y con plena convicción:
“Aquél que nace en un mundo ya ocupado, si no puede lograr medios de subsistencia de sus padres, ni la sociedad necesita de su trabajo, no tiene el menor derecho a pretender la mínima porción de alimento. Está de sobra en este mundo. La naturaleza le indica que se vaya de él, y no tardará en ejecutar su mandato si la piedad de los comensales no llega a interesarse por él. Si éstos se levantan y le hacen un sitio, pronto otros intrusos se presentarán para exigir el mismo favor.
Cuando se extienda la noticia de que se socorre a todo el que llega, la sala se llenará con una multitud. Se romperá el orden y la armonía de la fiesta; la abundancia que antes existía se transformará en escasez. Y la felicidad de los invitados será destruida por el espectáculo de miseria y humillación que surgen desde todos los rincones del mundo, y por los clamores inoportunos de los que se encolerizan con razón por no encontrar la ayuda que se había hecho esperar.
Los invitados reconocen demasiado tarde su error por haberse opuesto a la ejecución de las órdenes estrictas dadas por la gran “maitresse” de la fiesta contra la admisión de intrusos: pues, queriendo que la abundancia reinara entre sus invitados, y conociendo la imposibilidad de atender a un número ilimitado de individuos, ella había rechazado, por humanidad, el admitir a la mesa a los llegados más tarde”.
Fue aquella la primera tragedia de una larga serie ininterrumpida desde entonces. De tal modo que la repetición frecuente de muertes de inmigrantes en el mar ya casi ni es noticia y hasta la conciencia colectiva de protesta se va diluyendo. Los muertos quedan simplemente como un dato estadístico entre otros muchos: 265 en lo que va de año y casi mil en el 2007. Miles en estos 20 años.
Suele echase la culpa a las mafias, al mal tiempo, a la locura de aventurarse en el mar sin saber nadar y sin medios… Rara vez se dice donde residen las verdaderas causas. Salen obligados porque en sus países hay muy pocas esperanzas de futuro para la gente joven y ya no se resignan como sus viejos a vivir miserablemente mientras contemplan por la tele como otros viven en la opulencia y el bienestar material. Atraviesan el desierto del Sahara y saltan las vallas y cruzan el mar y arriesgan sus vidas y… ¡Se acabó el tiempo de la resignación!... Más de 7.500 han sido interceptados hasta ahora en el litoral español en este año, 19.000 lo fueron en 2007 y 41.000 en el año 2006.
Cada año son menos porque los sistemas de vigilancia (SIVE, FRONTEX, etc.) cada vez son más. Podemos dormir tranquilos: ninguna “avalancha” perturbará nuestro equilibrio social y laboral. Europa se blinda y se protege en su frontera sur: Italia, Grecia, España... para que el mar sea foso que separa y también fosa que sepulta los intentos y las esperanzas de quienes quieren vivir como nosotros.
Todos los gobiernos europeos, sean del signo que sean, tienen el mismo discurso: “luchar contra la inmigración ilegal”, que vengan sólo aquellos que necesitemos en cada momento y que se vayan cuando hay “crisis”. Es la política de “usar y tirar”, como propone el ministro Corbacho: pagarles la prestación por desempleo en una sola vez para que se marchen a su país. O condicionar la ayuda al desarrollo a los gobiernos africanos si controlan sus fronteras y frenan las salidas clandestinas.
Estamos en tiempos de recesión económica, en crisis, ya no los queremos en casa. Son población “sobrante” y es necesario que se vayan. Y el Parlamento europeo aprueba la llamada “Directiva de la Vergüenza”, con el fin de unificar y endurecer las políticas de los Estados miembros en unos términos ya bien conocidos y aireados sin ningún pudor: los inmigrantes “sin papeles” pasan a ser considerados cuasi-delincuentes, con penas muy duras de reclusión y de posterior expulsión.
Hacen de todo menos abordar las causas de fondo: la economía y la política, su sierva fiel, funcionan de manera que el 20% de la población mundial se come más del 85% de los bienes del planeta, mientras que el 80% de los habitantes sólo dispone del 15% restante. Cerca de mil millones de personas están en el abismo del hambre y la muerte, y otros mil millones más en la precariedad y la falta de trabajo y de recursos.
Es esta ilógica inhumana e injusta la que hay que cambiar. Los países empobrecidos no saldrán adelante con las limosnas, sino con un cambio del sistema comercial a nivel mundial. Esa es la verdadera cuestión: “Dejaros de oenegés y pagadnos mejor el café”... Sin embargo, nunca se afronta la solución radical y siguen considerando la llegada de personas inmigrantes como una invasión de “ilegales” que amenazan nuestro bienestar.
Casi nadie nos explica la inmigración como la otra cara de una globalización mercantil y deshumanizante que va destruyendo las economías de muchos países del Sur, desde el empleo a sus estructuras sociales y su ecosistema. Únicamente nos dicen que los inmigrantes constituyen un peligro del que hay que defenderse mediante fuertes escudos legislativos con estrictas medidas de control y de expulsión. Y ocultan que mientras exista empobrecimiento y subdesarrollo existirá emigración forzosa.
Por desgracia, eso es lo electoral y lo que cosecha votos, pues hay mucha gente que dice: “Es que aquí no se puede meter todo el mundo”... Produce pena y vergüenza que aún tenga plena actualidad aquel texto que Thomas Malthus (1766-1834) escribió hace muchísimos años despiadadamente y con plena convicción:
“Aquél que nace en un mundo ya ocupado, si no puede lograr medios de subsistencia de sus padres, ni la sociedad necesita de su trabajo, no tiene el menor derecho a pretender la mínima porción de alimento. Está de sobra en este mundo. La naturaleza le indica que se vaya de él, y no tardará en ejecutar su mandato si la piedad de los comensales no llega a interesarse por él. Si éstos se levantan y le hacen un sitio, pronto otros intrusos se presentarán para exigir el mismo favor.
Cuando se extienda la noticia de que se socorre a todo el que llega, la sala se llenará con una multitud. Se romperá el orden y la armonía de la fiesta; la abundancia que antes existía se transformará en escasez. Y la felicidad de los invitados será destruida por el espectáculo de miseria y humillación que surgen desde todos los rincones del mundo, y por los clamores inoportunos de los que se encolerizan con razón por no encontrar la ayuda que se había hecho esperar.
Los invitados reconocen demasiado tarde su error por haberse opuesto a la ejecución de las órdenes estrictas dadas por la gran “maitresse” de la fiesta contra la admisión de intrusos: pues, queriendo que la abundancia reinara entre sus invitados, y conociendo la imposibilidad de atender a un número ilimitado de individuos, ella había rechazado, por humanidad, el admitir a la mesa a los llegados más tarde”.
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