Misa Campal en la fiesta del Corpus Christi
Se trata de poner en relación los dos conceptos enunciados: evangelización y desarrollo humano; la acción misionera y la promoción humana, teniendo como trasfondo el carisma vicenciano el anuncio del evangelio a los más pobres, material y espiritualmente considerados.
La evangelización dentro de la misión de la Iglesia
En la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi se dice: “Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad”. La encíclica Redemptoris missio (n. 41-60) nos ofrece diferentes maneras de llevar a cabo la evangelización.
Conexión entre evangelización y desarrollo humano
Es necesario promover el desarrollo a través de la educación de las conciencias.
La Conferencia de los Obispos Latinoamericanos (Puebla, 1979) afirmaba que “el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo prepara para realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente”. “La misión de la Iglesia consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un “tener más”, sino un “ser más”, despertando las conciencias con el Evangelio.
La Iglesia y los misioneros son también promotores de desarrollo con sus escuelas, hospitales, tipografías, universidades, granjas agrícolas experimentales. Pero el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, madurez de la mentalidad y mejora de las costumbres.
“La actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el “desarrollo integral”, abierto al Absoluto” . La caridad es fuente y criterio de la misión: Las “obras de caridad” son las que atestiguan el espíritu de toda actividad misionera: el amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión es también el único criterio para todo lo que debe o no debe hacerse, cambiarse o no cambiarse. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno.
Visión cristiana del desarrollo integral del hombre (Populorum progressio, 1967)
La Iglesia no ha sido ajena a las situaciones de miseria y subdesarrollo de los pueblos y ofrece una visión cristiana del desarrollo humano. La encíclica de Pablo VI comienza por recordar la acción de los misioneros que, fieles a la enseñanza y al ejemplo de Jesús, no han dejado de promover la elevación humana de los pueblos a los que llevaban la fe en Jesucristo. En muchas regiones los misioneros han sido los precursores del progreso material y han contribuido a la elevación del nivel cultural; cita el ejemplo de un misionero contemporáneo, el P. Carlos de Foucauld.
El desarrollo para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Lo que cuenta es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera (n. 14). Según el plan de Dios, todo hombre está llamado a desarrollarse.
La vida es vocación en la que han de hacerse fructificar las aptitudes y cualidades recibidas. Señala el Papa que el responsable de su crecimiento es cada hombre, lo mismo que de su salvación; todo lo que nos rodea puede ayudar o puede obstaculizar, pero cada hombre está llamado a crecer en humanidad (n. 15). Este crecimiento es un deber personal, no es algo facultativo, sino obligatorio.
El deber del desarrollo es comunitario, de todos; todos los hombres estamos llamados a este desarrollo pleno, somos herederos de generaciones pasadas, nos beneficiamos del trabajo de nuestros contemporáneos y estamos obligados con todos, por lo que no podemos desinteresamos de quienes en el futuro formarán parte de la familia humana. Afirma categóricamente el Papa que la solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber (n 17). Previene seguidamente la encíclica para no alterar la prioridad en la escala de valores (n. 18).
La búsqueda exclusiva del poseer es un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza. Afirma también el Papa que tanto para las naciones como, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente del subdesarrollo moral (n. 19).
El desarrollo, el verdadero desarrollo humano, no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad (n. 43). Y señala tres aspectos del desarrollo solidario:
Asistencia a los débiles. Se concreta de forma detallada al hablar de la lucha contra el hambre, del deber de solidaridad de los pueblos, del uso de lo superfluo, de la necesidad de programas concertados de ayuda, de la creación de un Fondo Mundial con parte del dinero destinado ahora a armamentos, del diálogo a nivel mundial, y con el esfuerzo de todos.
Justicia social en las relaciones comerciales. Afirma el Papa que los esfuerzos que se han hecho para ayudar, en el plan financiero y técnico, a los países en vías de desarrollo son irrisorios si sus resultados son anulados parcialmente por el juego de las relaciones comerciales entre los países ricos y pobres, porque estos últimos se quedarían con la impresión de que una mano les quita lo que la otra les da.
La caridad. Tema desarrollado ampliamente en muchos números de la encíclica. El mundo está enfermo de falta de fraternidad a escala individual y colectiva.
En los últimos puntos de la encíclica, el Papa hace un llamamiento para que los católicos, cristianos y creyentes, hombres de buena voluntad, hombres de Estado y los sabios, unan sus esfuerzos en esta noble tarea, puesto que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz y todos deben trabajar para lograrlo.
Veinte años después de la publicación de la Populorum Progressio, Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, insistió en la visión cristiana del desarrollo integral y la liberación de los pueblos, como base de un nuevo orden internacional. Las causas últimas del subdesarrollo son de orden moral y dependen de la responsabilidad personal.
Juan Pablo II habla de estructuras de pecado, es decir, de mecanismos económicos, financieros y sociales que manejados por la voluntad de los hombres funcionan casi automáticamente haciendo más rígida la situación de riqueza de unos y de pobreza de otros. La raíz ultima de estas estructuras, según el Papa, son el afán exclusivo de ganancia y la sed de poder a toda costa.
La caridad de Cristo nos urge
Tenemos que promover el desarrollo humano urgidos por la caridad de Cristo. Y animados por el carisma de Vicente de Paúl. El carisma de san Vicente de Paúl es misionero. Nuestra misión consiste en llevar el evangelio del Señor a todos, especialmente a los pobres.
San Vicente de Paúl, hombre del encuentro con Dios y con sus hermanos, hombre de la disponibilidad a la acción del Espíritu Santo, nos invita a dirigir una mirada renovada a la misión en el mundo actual. Ojalá que mediante una generosa colaboración y un constante apoyo mutuo, sacerdotes paúles, hijas de la caridad y laicos vicencianos, respetando su vocación propia, vayan cada vez con mayor audacia al encuentro de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo para anunciarles el evangelio.
Que los cristianos constituyan comunidades vivas, abiertas a todos, y particularmente a los más necesitados y a las personas más alejadas, testimoniando a cada uno el amor que Dios siente personalmente por él. Interesándose por el crecimiento humano y espiritual de las personas y de los grupos, darán su contribución a la misión mesiánica de Jesús, que deben proseguir por vocación.
Para ser testigos de Cristo hoy, los sacerdotes y también los fieles, necesitamos una sólida formación, doctrinal, pastoral y espiritual. Los esfuerzos ya realizados, en este sentido, y que deben proseguir siempre, sobre todo entre los jóvenes, son una fuente de esperanza para la vitalidad de la Iglesia y la credibilidad del testimonio de la Familia Vicenciana.
“La finalidad principal de las Hijas de la Caridad es imitar la vida de Jesucristo en la tierra, servir a los pobres corporal y espiritualmente, es decir, ayudarles a conocer a Dios y a emplear los medios para salvarse. Es preciso que tengan como horizonte de su compromiso las amplias perspectivas de la misión universal de la Iglesia” (S.V.).
Nuestro estilo de vida sencillo y fraterno, así como el compromiso misionero entre los pobres, será fuente de inspiración para la juventud.
¡Sin miedo de invitar a seguir a Cristo por el camino de los pobres! Nosotros hemos optado por los pobres, no descansemos hasta que los pobres opten por Jesús.
Que la Familia Vicenciana sea siempre fiel en el servicio misionero a los pobres, que son los preferidos de Dios.
La evangelización dentro de la misión de la Iglesia
En la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi se dice: “Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad”. La encíclica Redemptoris missio (n. 41-60) nos ofrece diferentes maneras de llevar a cabo la evangelización.
Conexión entre evangelización y desarrollo humano
Es necesario promover el desarrollo a través de la educación de las conciencias.
La Conferencia de los Obispos Latinoamericanos (Puebla, 1979) afirmaba que “el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo prepara para realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente”. “La misión de la Iglesia consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un “tener más”, sino un “ser más”, despertando las conciencias con el Evangelio.
La Iglesia y los misioneros son también promotores de desarrollo con sus escuelas, hospitales, tipografías, universidades, granjas agrícolas experimentales. Pero el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, madurez de la mentalidad y mejora de las costumbres.
“La actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el “desarrollo integral”, abierto al Absoluto” . La caridad es fuente y criterio de la misión: Las “obras de caridad” son las que atestiguan el espíritu de toda actividad misionera: el amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión es también el único criterio para todo lo que debe o no debe hacerse, cambiarse o no cambiarse. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno.
Visión cristiana del desarrollo integral del hombre (Populorum progressio, 1967)
La Iglesia no ha sido ajena a las situaciones de miseria y subdesarrollo de los pueblos y ofrece una visión cristiana del desarrollo humano. La encíclica de Pablo VI comienza por recordar la acción de los misioneros que, fieles a la enseñanza y al ejemplo de Jesús, no han dejado de promover la elevación humana de los pueblos a los que llevaban la fe en Jesucristo. En muchas regiones los misioneros han sido los precursores del progreso material y han contribuido a la elevación del nivel cultural; cita el ejemplo de un misionero contemporáneo, el P. Carlos de Foucauld.
El desarrollo para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Lo que cuenta es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera (n. 14). Según el plan de Dios, todo hombre está llamado a desarrollarse.
La vida es vocación en la que han de hacerse fructificar las aptitudes y cualidades recibidas. Señala el Papa que el responsable de su crecimiento es cada hombre, lo mismo que de su salvación; todo lo que nos rodea puede ayudar o puede obstaculizar, pero cada hombre está llamado a crecer en humanidad (n. 15). Este crecimiento es un deber personal, no es algo facultativo, sino obligatorio.
El deber del desarrollo es comunitario, de todos; todos los hombres estamos llamados a este desarrollo pleno, somos herederos de generaciones pasadas, nos beneficiamos del trabajo de nuestros contemporáneos y estamos obligados con todos, por lo que no podemos desinteresamos de quienes en el futuro formarán parte de la familia humana. Afirma categóricamente el Papa que la solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber (n 17). Previene seguidamente la encíclica para no alterar la prioridad en la escala de valores (n. 18).
La búsqueda exclusiva del poseer es un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza. Afirma también el Papa que tanto para las naciones como, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente del subdesarrollo moral (n. 19).
El desarrollo, el verdadero desarrollo humano, no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad (n. 43). Y señala tres aspectos del desarrollo solidario:
Asistencia a los débiles. Se concreta de forma detallada al hablar de la lucha contra el hambre, del deber de solidaridad de los pueblos, del uso de lo superfluo, de la necesidad de programas concertados de ayuda, de la creación de un Fondo Mundial con parte del dinero destinado ahora a armamentos, del diálogo a nivel mundial, y con el esfuerzo de todos.
Justicia social en las relaciones comerciales. Afirma el Papa que los esfuerzos que se han hecho para ayudar, en el plan financiero y técnico, a los países en vías de desarrollo son irrisorios si sus resultados son anulados parcialmente por el juego de las relaciones comerciales entre los países ricos y pobres, porque estos últimos se quedarían con la impresión de que una mano les quita lo que la otra les da.
La caridad. Tema desarrollado ampliamente en muchos números de la encíclica. El mundo está enfermo de falta de fraternidad a escala individual y colectiva.
En los últimos puntos de la encíclica, el Papa hace un llamamiento para que los católicos, cristianos y creyentes, hombres de buena voluntad, hombres de Estado y los sabios, unan sus esfuerzos en esta noble tarea, puesto que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz y todos deben trabajar para lograrlo.
Veinte años después de la publicación de la Populorum Progressio, Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, insistió en la visión cristiana del desarrollo integral y la liberación de los pueblos, como base de un nuevo orden internacional. Las causas últimas del subdesarrollo son de orden moral y dependen de la responsabilidad personal.
Juan Pablo II habla de estructuras de pecado, es decir, de mecanismos económicos, financieros y sociales que manejados por la voluntad de los hombres funcionan casi automáticamente haciendo más rígida la situación de riqueza de unos y de pobreza de otros. La raíz ultima de estas estructuras, según el Papa, son el afán exclusivo de ganancia y la sed de poder a toda costa.
La caridad de Cristo nos urge
Tenemos que promover el desarrollo humano urgidos por la caridad de Cristo. Y animados por el carisma de Vicente de Paúl. El carisma de san Vicente de Paúl es misionero. Nuestra misión consiste en llevar el evangelio del Señor a todos, especialmente a los pobres.
San Vicente de Paúl, hombre del encuentro con Dios y con sus hermanos, hombre de la disponibilidad a la acción del Espíritu Santo, nos invita a dirigir una mirada renovada a la misión en el mundo actual. Ojalá que mediante una generosa colaboración y un constante apoyo mutuo, sacerdotes paúles, hijas de la caridad y laicos vicencianos, respetando su vocación propia, vayan cada vez con mayor audacia al encuentro de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo para anunciarles el evangelio.
Que los cristianos constituyan comunidades vivas, abiertas a todos, y particularmente a los más necesitados y a las personas más alejadas, testimoniando a cada uno el amor que Dios siente personalmente por él. Interesándose por el crecimiento humano y espiritual de las personas y de los grupos, darán su contribución a la misión mesiánica de Jesús, que deben proseguir por vocación.
Para ser testigos de Cristo hoy, los sacerdotes y también los fieles, necesitamos una sólida formación, doctrinal, pastoral y espiritual. Los esfuerzos ya realizados, en este sentido, y que deben proseguir siempre, sobre todo entre los jóvenes, son una fuente de esperanza para la vitalidad de la Iglesia y la credibilidad del testimonio de la Familia Vicenciana.
“La finalidad principal de las Hijas de la Caridad es imitar la vida de Jesucristo en la tierra, servir a los pobres corporal y espiritualmente, es decir, ayudarles a conocer a Dios y a emplear los medios para salvarse. Es preciso que tengan como horizonte de su compromiso las amplias perspectivas de la misión universal de la Iglesia” (S.V.).
Nuestro estilo de vida sencillo y fraterno, así como el compromiso misionero entre los pobres, será fuente de inspiración para la juventud.
¡Sin miedo de invitar a seguir a Cristo por el camino de los pobres! Nosotros hemos optado por los pobres, no descansemos hasta que los pobres opten por Jesús.
Que la Familia Vicenciana sea siempre fiel en el servicio misionero a los pobres, que son los preferidos de Dios.








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