No se puede soportar resignadamente la injusticia. Los que dicen que el mundo está organizado de acuerdo con la voluntad de Dios y que hay que resignarse con el lugar que él ha señalado a cada uno, o no conocen el mensaje de Jesús o, sencillamente, mienten. Ante la injusticia hay que rebelarse, o no se podrá participar de la liberación que ofrece Jesús.
UN EVANGELIO DIFICIL
Es chocante la lectura del evangelio de este domingo. En una primera lectura es casi imposible ponerlo de acuerdo con el resto del evangelio.
Jesús ha vuelto a dejar claro, una vez más, en una polémica con los letrados de Jerusalén (Mt 15,1-20), que las tradiciones de los judíos, y concretamente aquellas que favorecen la incomunicación entre los hombres (por ejemplo, la doctrina sobre lo puro y lo impuro), o las que justifican la insolidaridad (la costumbre de ofrecer una limosna al templo para, en adelante, quedar descargado de la obligación de atender a los padres ancianos), no tienen valor alguno y que lo verdaderamente importante es el hombre, su corazón, su interior. ¿Cómo se entiende que, inmediatamente después, Jesús se encuentre con una mujer que lo busca angustiada porque tiene a su hija enferma y la desprecie porque no es judía?
UNA MUJER RESIGNADA
Por la manera de presentarla, esta mujer, aunque no es judía de raza, vive de siempre en Palestina y conoce las tradiciones del pueblo de Israel; no se explicaría, si no es así, que llamara a Jesús «Hijo de David»: «Señor, Hijo de David, ten compasión de mí. Mi 'hija tiene un demonio muy malo».
Sorprende la aparente indiferencia de Jesús, que continúa caminando sin hacer caso a los gritos de la mujer. Sólo se detiene ante el ruego de los discípulos: «Atiéndela, que viene detrás gritando». La respuesta de Jesús desconcierta todavía más: «Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel».
Jesús no aceptaba el título «Hijo de David» que los israelitas daban al Mesías porque suponía un mesianismo nacionalista, violento y realizado desde el poder. Y lo que parece que más le irrita en este episodio es que sea precisamente la víctima de esa ideología excluyente quien la haya asumido como propia: la mujer, por no ser del pueblo del que David fue rey está considerada como una persona de segunda categoría. Y ella se resigna ante esa situación, la acepta, no la discute, no se rebela ante la injusticia.
Al decir «Me han enviado sólo para las ovejas decarriadas de Israel», Jesús no está expresando su pensamiento, sino el de aquella mujer y, seguramente, el de sus mismos discípulos.
CON MUCHO AMOR, CON MUCHA FE
Sólo entendiéndolas así tienen algún sentido las palabras de Jesús; y si se tomaran como expresión de su pensamiento, la segunda intervención de Jesús sería, en él, todavía más incomprensible que la primera.
Ante la insistencia de la mujer: «¡Socórreme, Señor!», Jesús replica con esta frase: «No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros». No, éste no es el mismo Jesús que había atendido ya a un pagano, un centurión de la legión romana que se había dirigido a él pidiéndole la salud de un criado suyo (Mt 8,5-14); que había liberado de su alienación (de sus demonios) a dos endemoniados paganos (8,28-9,1); que había acogido entre sus discípulos a un recaudador de impuestos (Mt 9,9-12). Decididamente, no. Jesús no piensa así. Está dando una lección a aquella mujer y a todos los presentes: si uno acepta la esclavitud, la discriminación, la marginación sin rebelarse, éstas son las consecuencias.
Jesús no va a dejar desamparada a aquella mujer. Ante todo porque Jesús nunca pasa indiferente ante el dolor humano; y luego porque en aquella mujer hay dos valores que es necesario resaltar y potenciar.
El primero es su amor. El amor hacia su hija, que es quizá lo que, equivocadamente, la lleva a adoptar aquella actitud conformista y resignada: tiene a su hija enferma y está dispuesta a hacer por ella todo lo que sea necesario.
En segundo lugar, la resignación no ha apagado del todo su deseo de liberación, y ella ha descubierto en Jesús y en su mensaje el camino más seguro hacia la libertad. La enfermedad de aquella chiquilla es en realidad la mentalidad que refleja la resignación de su madre: la aceptación de que hay, y tiene que seguir habiendo, diferencias entre los seres humanos. La mujer no discute esta idea, pero parece pedir a Jesús que no se la tome al pie de la letra: «Anda, Señor, que también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Anda, Señor -parece decir la mujer cananea-, no niegues algún tipo de participación en tu proyecto a los que no pertenecemos a Israel. Deja que caminemos contigo hacia la libertad, haz para nosotros un poco de sitio en tu casa...
Jesús, entonces, valora este atisbo de rebeldía interpretándolo como una importante manifestación de fe: « ¡ Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas». Y le concede todo lo que le pide: «En aquel momento quedó curada su hija».
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