Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias respondan con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo. (RMi 92)
Estas palabras de Juan Pablo II, en su Encíclica misionera Redemptoris Missio, nos alegran, nos impulsan, pero a la vez, nos desafían y nos cuestionan. En ese momento como en el actual, son momentos privilegiados para la misión. El mismo Papa nos dice que la misión ad gentes parece que se va parando; se debilitó el impulso misionero por distintas causas. No se llega a los no cristianos y debe preocupar a los creyentes en Cristo. (RMi 2)
No olvidemos que predicamos a Cristo crucificado y resucitado, que es el mismo ayer, hoy y siempre, y que hay valores que no cambian. La misión de la Iglesia consiste en dar testimonio de Dios, en hacerlo visible en cada momento de la historia. La misión es un problema de fe, es la medida exacta de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros. (RMi 11) Este es un mensaje que explica la razón de la misión.
En la Evangeli Nuntiandi Nº 22 encontramos que no hay evangelización verdadera mientras no se anuncia el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Este es nuestro desafío concreto: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas; nuestro objetivo en concreto es mostrar al mundo el Dios que nosotros consagrados, y también por cierto, todo el pueblo fiel, bautizado en Nuestro Señor, conoce, que no podemos callar lo que hemos visto y oído. (cfr. HCH 4, 20).
La misión ad gentes, el ir a los otros, a las distintas realidades culturales y distintos pueblos, está todavía en sus comienzos. El número de los que no conocen a Cristo va creciendo, como crece la población mundial, a pesar de la crisis que vive la familia hoy y del poco respeto a la vida humana que vemos en la sociedad. A pesar de estos inconvenientes, los pueblos están en movimiento. Hay situaciones muy complejas. Y el mundo necesita el incentivo nuestro.
En la encíclica Redemptoris Missio, el Papa alerta sobre la reducción e incluso desaparición de la misión y de los misioneros: Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes; al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya misioneros ad gentes y de por vida, por vocación específica. (RMi 32)
En la vida sacerdotal, descubrimos la dimensión misionera. “El sacerdocio es la prolongación del sacerdocio de Cristo, el Gran Sacerdote” (Pío XI Conferencia internacional
de la Pum 1936). El sacerdocio de Cristo es un sacerdocio principalmente misionero. El Señor envió a sus apóstoles a todos los confines de la tierra y cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles. Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misionera, estar abiertos a las necesidades del mundo y que en la oración y en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera (RMi 67). Vivir la naturaleza misionera es un reto para todo sacerdote.
También en la vida consagrada, los que se proponen observar los preceptos evangélicos están obligados a contribuir a la tarea misional. Y esto tanto para el instituto de Vida Contemplativa como a los de Vida Activa. La Evangeli Nuntiandi confirma que los religiosos jugaron un papel importante en el pasado y deben seguir haciéndolo en la acción misionera. (EN 69)
La figura del fundador de la PUM, el Padre Paolo Manna se resume en que fue un hombre cuyo temperamento de fuego quería cumplir la exclamación de San Pablo: Que él reine (1Cor. 15, 25). Debemos persuadirnos que la salvación de las almas es la ley suprema de nuestro compromiso en el servicio a todos los hombres y a nuestra Iglesia, como cristianos y misioneros.
Estas palabras de Juan Pablo II, en su Encíclica misionera Redemptoris Missio, nos alegran, nos impulsan, pero a la vez, nos desafían y nos cuestionan. En ese momento como en el actual, son momentos privilegiados para la misión. El mismo Papa nos dice que la misión ad gentes parece que se va parando; se debilitó el impulso misionero por distintas causas. No se llega a los no cristianos y debe preocupar a los creyentes en Cristo. (RMi 2)
No olvidemos que predicamos a Cristo crucificado y resucitado, que es el mismo ayer, hoy y siempre, y que hay valores que no cambian. La misión de la Iglesia consiste en dar testimonio de Dios, en hacerlo visible en cada momento de la historia. La misión es un problema de fe, es la medida exacta de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros. (RMi 11) Este es un mensaje que explica la razón de la misión.
En la Evangeli Nuntiandi Nº 22 encontramos que no hay evangelización verdadera mientras no se anuncia el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Este es nuestro desafío concreto: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas; nuestro objetivo en concreto es mostrar al mundo el Dios que nosotros consagrados, y también por cierto, todo el pueblo fiel, bautizado en Nuestro Señor, conoce, que no podemos callar lo que hemos visto y oído. (cfr. HCH 4, 20).
La misión ad gentes, el ir a los otros, a las distintas realidades culturales y distintos pueblos, está todavía en sus comienzos. El número de los que no conocen a Cristo va creciendo, como crece la población mundial, a pesar de la crisis que vive la familia hoy y del poco respeto a la vida humana que vemos en la sociedad. A pesar de estos inconvenientes, los pueblos están en movimiento. Hay situaciones muy complejas. Y el mundo necesita el incentivo nuestro.
En la encíclica Redemptoris Missio, el Papa alerta sobre la reducción e incluso desaparición de la misión y de los misioneros: Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes; al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya misioneros ad gentes y de por vida, por vocación específica. (RMi 32)
En la vida sacerdotal, descubrimos la dimensión misionera. “El sacerdocio es la prolongación del sacerdocio de Cristo, el Gran Sacerdote” (Pío XI Conferencia internacional
de la Pum 1936). El sacerdocio de Cristo es un sacerdocio principalmente misionero. El Señor envió a sus apóstoles a todos los confines de la tierra y cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles. Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misionera, estar abiertos a las necesidades del mundo y que en la oración y en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera (RMi 67). Vivir la naturaleza misionera es un reto para todo sacerdote.
También en la vida consagrada, los que se proponen observar los preceptos evangélicos están obligados a contribuir a la tarea misional. Y esto tanto para el instituto de Vida Contemplativa como a los de Vida Activa. La Evangeli Nuntiandi confirma que los religiosos jugaron un papel importante en el pasado y deben seguir haciéndolo en la acción misionera. (EN 69)
La figura del fundador de la PUM, el Padre Paolo Manna se resume en que fue un hombre cuyo temperamento de fuego quería cumplir la exclamación de San Pablo: Que él reine (1Cor. 15, 25). Debemos persuadirnos que la salvación de las almas es la ley suprema de nuestro compromiso en el servicio a todos los hombres y a nuestra Iglesia, como cristianos y misioneros.
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