-
Un Dios Prohibido (Película completa) - Link de descarga: http://es.gloria.tv/?media=575466&connection=screen Verano de 1936, inicios de la Guerra Civil española. La película narra el martirio d...Hace 10 años
El blog donde encontrarás abundante material para orar y meditar sobre la liturgia del Domingo. Reflexiones teológicas y filosóficas. Videos y música para meditar. Artículos y pensamientos de los grandes guías de nuestra Iglesia y Noticias sobre todo lo que acontece en toda la vida eclesial
lunes, 3 de marzo de 2014
Un Dios Prohibido (Película completa)
Verano de 1936, inicios de la Guerra Civil española. La película narra el martirio de 51 miembros de la Comunidad Claretiana de Barbastro (Huesca), deteniéndose en el aspecto humano y religioso de las personas que participaron en este hecho histórico y resaltando la dimensión universal del triunfo del amor sobre la muerte.
La historia que narra la película
Agosto 1936, inicio de la Guerra Civil española. 51 miembros de la Comunidad Claretiana de Barbastro (Huesca) son martirizados, mueren por su fe. La película narra las últimas semanas de su vida, desde que son retenidos hasta que finalmente son fusilados. Durante ese tiempo, realizan diversos escritos donde hablan de su situación, de sus compañeros de cautiverio, de la gente que los vio. Estos escritos han sido el testimonio básico utilizado para narrar en versión cinematográfica este hecho real.
Esta localidad oscense, de unos 8000 habitantes en aquella época, se convierte en un punto estratégico desde la perspectiva militar, debido a la existencia de cuarteles y de un comité revolucionario de la CNT perfectamente organizado. El representante militar estaba encarnado en la persona del Coronel José Villalba( Juanjo Díaz Polo). La parte anarquista estaba liderada por el joven Eugenio Sopena (Jacobo Muñoz). En aquel momento, la comunidad de Misioneros Claretianos de Barbastro (Huesca) estaba formada por 60 personas: 9 Sacerdotes, 12 Hermanos y 39 Estudiantes. Desempeñaba el cargo de Superior el Padre Felipe de Jesús Munárriz (Julio Pajares); era Prefecto de los Estudiantes el Padre Juan Díaz (José María Rueda), y encargado de los Hermanos Misioneros el Padre Leoncio Pérez(Antonio Gómez), que llevaba también la economía de la casa. Entre los estudiantes se encontraban dos argentinos, Pablo Hall (Guido Agustín) y Atilio Parussini (Ricardo del Cano), que se libraron del martirio debido a su procedencia extranjera y que serían claves para conocer los hechos que allí ocurrieron.
La casa de la comunidad claretiana fue asaltada el 20 de Julio de 1936 por milicianos revolucionarios. Los tres padres Superior, Prefecto y Ecónomo fueron arrestados. El resto de claretianos fueron trasladados al colegio de los Padres Escolapios, donde fueron encerrados en el salón de actos. Los estudiantes enfermos Vidaurreta (Teseo Martín) y Falgarona (Antonio Javier Moreno), junto con el anciano Hermano Muñoz (Jesús Guzmán), fueron llevados al Hospital. Otro cuatro hermanos mayores y el hermano Simón Sánchez (Jorge Ferrer) fueron trasladados al próximo Asilo de Ancianos. El salón de actos de los Escolapios sería la cárcel de retención para los claretianos antes de sus fusilamientos.
Desde el 20 de Julio, cuarenta y nueve Misioneros permanecieron encerrados en el salón del Colegio de los Escolapios. Los Padres de este centro educativo les ofrecieron en principio colchones y mantas que a los pocos días fueron requisados, por lo que para en adelante sólo podrían disponer del frío suelo, las butacas no existían. Por las ventanas, el populacho trataba de verles, entre ellos Trini, la Pallaresa (Elena Furiase) que se pasaba las horas tratando de ver al seminarista Esteban Casadevall, del que se había enamorado porque, según ella, se parecía a Rodolfo Valentino.
Los carceleros buscaban la apostasía de los jóvenes aspirantes a sacerdotes, por lo que, por ejemplo, dejaron libertad en alguna ocasión para que mujeres y prostitutas entraran al salón, sin ningún tipo de respuesta por parte de los Seminaristas. Con respecto a su vida cristiana, conservaron el hábito de Comunión diaria mientras pudieron. El Padre Ferrer, escolapio, y el Hermano Vall, el cocinero claretiano (Juan Lombardero) burlando la vigilancia rigurosísima de los milicianos, introducían las Formas en el cesto del desayuno. Al repartirlo, el Padre Sierra (César Diéguez) colocaba a cada uno la suya entre el pan y la pastilla de chocolate. En el salón se rezaba de continuo, en pequeños grupos y susurrando, evitando siempre la atención de los guardias, que lo habían prohibido también. A algunos claretianos como al padre Masip (Eneko Capapay) o a Salvador Pigem (Luis Seguí) les ofrecieron la libertad como una forma de pagar favores anteriores o porque eran conocidos de los carceleros, sin embargo estos antepusieron la liberación de toda la comunidad a la suya individual, por lo que finalmente fueron martirizados.
Los claretianos encarcelados durante semanas dejaron su testimonio escrito en los lugares más insospechados del salón de actos: en el taburete del piano, en las tablas del salón, en las paredes, … Hall y Parussini, al saber que no iban a ser fusilados y que su Consulado argentino en Barcelona los embarcaría para Italia, pidieron a los compañeros un recuerdo último para la Congregación. Se lo querían llevar al Padre General en Roma. Tomaron un pañuelo del Padre Sierra, recién fusilado, y les pidieron se lo pasaran todos por la frente y le estamparan un beso. Además, en un papel envoltorio del chocolate que les traía el Hermano Vall para el desayuno, hicieron caber todas las firmas que rubricaban un ideal. Escrito por el anverso y el reverso, le dan con él a la Congregación Claretiana el último adiós. Lo encabeza y lo cierra el seminarista Faustino Pérez (Jerónimo Salas).
Los padres Superiores fueron fusilados el 2 de agosto, el resto los días 12, 13, 15 y 18 de agosto de 1936. Junto a los Superiores, fue martirizado Ceferino Giménez “el Pelé” (Mauro Muñiz), gitano de misa y comunión diaria que a pesar de la insistencia de su hija Pepita (Bárbara Rodríguez) no abandonó su rosario y da testimonio de su fe con su vida. Además, el obispo Florentino Asensio (Gabriel Latorre) preso en su propio palacio desde el 19 de Julio, trasladado al colegio de los Escolapios el día 23, torturado y asesinado el día 9 de agosto, entre las personas que participaron en la tortura se encontraba Mariano Abad (Juan Alberto López) y el peón Alfonso Gaya (Daniel Blasco).
Los Mártires de Barbastro fueron beatificados por el papa Juan Pablo II el 25 de Octubre de 1992.
Más información: http://www.martiresdebarbastro.org
http://www.undiosprohibido.com/
Publicado por CAMINO MISIONERO en 18:19 0 comentarios
Etiquetas: claretianos, recomendados, santos, videos
domingo, 2 de marzo de 2014
Dios Amor o Dios Justicia / Octavo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A – Mt 6, 24-34 / 02.03.14
(Mt 6, 33) “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” [Lc 12, 31]
Un fragmento de un libro ya terminado que espera edición.
Lo primero, esencial y vital es buscar la justicia del Reino. Lo demás es un agregado, algo que vendrá indefectiblemente cuando se busca lo primordial. Es curioso que mientras regularmente aseveramos que el amor es lo primordial en el mensaje de Jesús, esta frase venga a poner en primerísimo lugar el Reino de Dios y su justicia. Parece que volviésemos al viejo dilema de lo justo versus lo misericordioso, como en la larga historia de la Iglesia se ha discutido enfrentando las imágenes del Dios Juez y del Dios Amor. ¿Están verdaderamente enfrentadas ambas imágenes? ¿Son extremos que nos obligan a optar por una o por otra? ¿El amor puede contradecir a la justicia? En definitiva: ¿qué es lo primero para Jesús?
Superando el dilema, la idea de una justicia del Reino es perfectamente equiparable al amor. La justicia del Reino es la justicia de la gracia, distinta a la justicia de los escribas y fariseos que parece comercial, de intercambio de favores con Dios. Partiendo de una justicia que es gracia, la dicotomía se vuelve falsa. No está la justicia en un extremo como negación de la misericordia, ni está el amor en el otro extremo como negación de la justicia. La justicia divina es gracia, y la gracia es el amor de Dios que se da libremente. En esa libertad no sujeta a leyes, la justicia del Reino difiere totalmente de la justicia que los humanos intentamos elaborar. No quiere decir que nuestra justicia sea innecesaria; todo lo contrario, parece imprescindible un sistema de justicia para convivir; pero no es la justicia primigenia (de la Creación, del modelo utópico del Edén) ni es la justicia definitiva (escatológica). La gracia se desarrolla en otro nivel interpretativo de la vida y en un tipo de relación que no es comercial. Así como los escribas y los fariseos tienen una justicia que ofrece buenas obras a Dios para conseguir salvación, los sistemas judiciales humanos, en general, ofrecen la posibilidad de una pena (un purgatorio) que se correspondería a la gravedad de la falta (un delito menor, un robo, un homicidio, etc.). Son justicias en plano retributivo. En cambio, la justicia del Reino es en plano de gracia, de don, de regalo. No hay recompensa en amor por las buenas obras, ni salvación por cumplir ciertos decretos.
No quiere decir que la justicia del Reino, por estar en plano de gracia, sea inalcanzable para nosotros. Muy lejos de ello, Jesús insta a buscar esa justicia como lo principal. Porque se trata de una forma de vida, de un estilo y una actitud frente a la realidad. Que la gracia esté en otro plano de relaciones no quiere decir que sea de otra dimensión. La gracia tiene injerencia histórica. Jesús encarnado ha vivido según la gracia. Y ha sido un justo, a pesar de morir condenado como un injusto, que según el sistema de la época merece la crucifixión. En el plano de la justicia de los humanos, Jesús es un criminal sentenciado. En el plano de la gracia, es el humano perfecto que ha vivido según la gracia de Dios, o sea, ha vivido en la justicia del Reino. A los discípulos les compete la misma intención: buscar la justicia del Reino, vivir según la gracia de Dios, amar. Por eso podemos decir que en la interpretación mateana de la justicia no hay oposición con el amor. Paradójicamente para nuestro pensamiento tradicional, cuando amamos somos justos, cuando buscamos amar estamos buscando la justicia del Reino. Y el paradigma cercano de esa forma de vida es Jesús. Vivir como Jesús es vivir justamente. Eso no siempre quiere decir que vivamos dentro del marco de la ley social y jurídica del lugar en el que estamos. Jesús quedó fuera de su ley religiosa y fuera de la ley imperial, y pagó con su vida esa situación. Sin embargo, ha sido el justo más justo.
En esa paradoja debe interpretarse también lo de la añadidura. Lo que vendrá agregado a la justicia del Reino no necesariamente es una bendición existencial como lo cree la teología de la retribución. Si así fuese estaríamos nuevamente en el plano mercantil. Si la búsqueda de la justicia se recompensa con bienes materiales o con una vida de abundancias y comodidades, es porque hemos caído en lo mismo de siempre. La paradoja de la añadidura es que lo que viene añadido no es un premio por la búsqueda del Reino, sino un añadido, sencillamente eso. No viene porque seamos buenos, no viene para dejarnos en descanso y que dejemos de buscar, no viene a salvarnos de la tribulación de intentar ser justos en un mundo que no entiende esa justicia. Viene, y punto. Quien está alerta en esa búsqueda lo reconoce y lo disfruta. El que ha perdido un poco la atención puede dejar pasar esas añadiduras sin encontrarles el sentido profundo. No son premios, pero están ahí. No son beneficios elitistas, pero están ahí. No son el escape ni el fin del camino, pero están ahí. Y misteriosamente forman parte de esa justicia que buscamos.
martes, 24 de diciembre de 2013
Palabra de Misión: Poner a Dios en su lugar
Una de las tradiciones populares navideñas consiste en llevar en procesión, la Nochebuena, una imagen del Niño Dios hasta el pesebre, para colocarlo donde debe estar en ese momento, entre sus padres, apenas nacido. A nadie se le ocurriría ponerlo en otro lugar, precisamente porque estamos en la Navidad, y el niño que nos ha nacido no puede estar demasiado lejos de su madre. No sería bueno que esté guardado en un cajón ni dentro del trineo de Papá Noel. Su lugar en esa noche maravillosa es el pesebre.
¿Pero qué tiene de atractivo el pesebre para que Dios quiera estar allí? Buceando los Evangelios, resulta que en Marcos no hay ni rastros de un pesebre, puesto que ni siquiera hay rastros de la infancia de Jesús. Lo primero es Juan el Bautista (cf. Mc. 1, 2-4). Nos trasladamos a Mateo y ya se nos dibuja una sonrisa, porque aquí si hay relatos de la infancia; igualmente, la escena del nacimiento me desilusiona en la búsqueda, porque del pesebre no hay noticias (cf. Mt. 1, 25); avanzamos hasta el famosísimo episodio de los magos de Oriente, pero éstos no lo hallaron en un pesebre, sino en una casa de Belén (cf. Mt. 2, 9-11). Al Evangelio según Juan ya lo habíamos descartado de antemano en esta búsqueda porque recordamos que lo primero de lo primero es el himno al Logos (cf. Jn. 1, 1-18), luego el testimonio del Bautista (cf. Jn. 1, 19-28). De pesebre, ni hablar.
Entonces decidimos abordar Lucas, con la certeza de que la palabra pesebre nos viene de allí. Parece que la búsqueda tendrá consuelo. Localizamos Lc. 2, 7 y la claridad del autor es extrema: “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue”. Es una imagen grabada en la memoria. La explicación escuchada todos los años es la misma: Dios elige la humildad del pesebre para manifestarse y las malas gentes de Belén no le dieron espacio en sus casas a una mujer parturienta. ¿Pero será tan así? Cuando repasamos Lc. 2, 7 no encontramos casa ni gente mala. Donde no había lugar para ellos es en un albergue. En el texto griego (idioma que usó Lucas para escribir), la palabra es kataluma, y puede tratarse tanto de una especie de hotel para viajeros de caravanas en el Oriente, como de la habitación de determinadas casas reservadas para los huéspedes. Los biblistas dicen que si José, según la versión de Lucas, llevó a una mujer a punto de parir por unos doscientos kilómetros (de Nazareth a Belén) sin haber previsto alojamiento, entonces era un padre demasiado irresponsable. Tenemos que suponer que si fue a empadronarse a Belén porque era su ciudad familiar (cf. Lc. 2, 4), había allí parientes, y que kataluma sería, más que albergue, la habitación de huéspedes de una casa relacionada sanguíneamente con José. ¿Y por qué no había lugar para ellos en esa casa? Porque María pariendo se hacía impura según la ley escrita en el Levítico capítulo 12. Si el nacido era varón, como en este caso, la madre quedaba impura por siete días, al octavo día se circuncidaba al niño, y la madre aún permanecía treinta y tres días más impura. El problema con la mujer impura, según el Levítico, es que quien la toca se vuelve impuro (cf. Lev. 15, 19), sobre lo que ella se acuesta queda impuro, sobre lo que se sienta queda impuro el objeto (cf. Lev. 15, 20), y aún quien toca algo que esté en contacto con el lugar donde ella se acuesta o se sienta, también se vuelve impuro (cf. Lev. 15, 23). Es demasiado evidente que tener una parturienta en casa era volver impura toda la casa, y por cuarenta días a lo mínimo. Esa es la respuesta a por qué no había lugar para ellos. Aquí no se trata de gente mala, sino de estrictos cumplidores de la Ley.
Después de enterarnos de eso, el pesebre parece perder un poco la mística con la que lo habíamos envuelto. Sin gente mala, sin humildad ascética, con cumplimiento de una ley que está contenida en la Biblia explícitamente, el pesebre parece dejar de ser pesebre. Y aquí viene la clave de todo esto. Al seguir leyendo el Evangelio según Lucas, son los pastores los primeros personajes inmediatos al nacimiento. Y no se trata, precisamente, de los pastorcillos de nuestros pesebres vivientes, simpáticos y jóvenes. En los tiempos del nacimiento de Jesús, la cultura popular los consideraba parte de la clase social baja en la que no se podía confiar, pues indefectiblemente, debían ser ladrones, malhechores o mal vivientes. Su reputación no era lo más envidiado en Palestina. Los pastores eran la lacra, los marginados; y para los terratenientes, mano de obra barata que cuidaba rebaños que no eran suyos. Ellos son, según Lucas, los primeros que reciben el anuncio (cf. Lc. 2, 8-12), son los destinatarios de la Buenísima Noticia del niño en el pesebre. Porque el Evangelio tiene dos aristas: al Salvador se lo reconoce en el pequeño e indefenso (cf. Lc. 2, 11-12) y la Buena Noticia es anunciada a los pobres (cf. Lc. 4, 18).
Marcos, Mateo y Juan no hablan de un pesebre, sin embargo, siempre recalcan que Jesús andaba con publicanos, prostitutas y pecadores, que vivía entre lo marginal, que se identificaba con los que nada tienen y nada son para la sociedad. Marcos, Mateo y Juan ignoran el pesebre, pero no dan vuelta la cara ante el Dios que comparte su tiempo con los lacra, que vive entre ellos, que es señalado como uno más del montón. De Jesús se puede decir que murió como nació: entre los parias, entre los despreciables, los desechables. Su lugar en Nochebuena es el pesebre. ¿Y qué tiene de atractivo el pesebre, entonces? Probablemente los pastores, lo menos atractivo de la época, lo más marginal. En esta Navidad pongamos a Dios en su lugar: con los inmigrantes ilegales, los desocupados, los homosexuales, los drogadictos, las prostitutas, los indígenas, los esclavos del capitalismo, los enfermos, los presos, los divorciados, los silenciados, los oprimidos, los últimos…
¿Pero qué tiene de atractivo el pesebre para que Dios quiera estar allí? Buceando los Evangelios, resulta que en Marcos no hay ni rastros de un pesebre, puesto que ni siquiera hay rastros de la infancia de Jesús. Lo primero es Juan el Bautista (cf. Mc. 1, 2-4). Nos trasladamos a Mateo y ya se nos dibuja una sonrisa, porque aquí si hay relatos de la infancia; igualmente, la escena del nacimiento me desilusiona en la búsqueda, porque del pesebre no hay noticias (cf. Mt. 1, 25); avanzamos hasta el famosísimo episodio de los magos de Oriente, pero éstos no lo hallaron en un pesebre, sino en una casa de Belén (cf. Mt. 2, 9-11). Al Evangelio según Juan ya lo habíamos descartado de antemano en esta búsqueda porque recordamos que lo primero de lo primero es el himno al Logos (cf. Jn. 1, 1-18), luego el testimonio del Bautista (cf. Jn. 1, 19-28). De pesebre, ni hablar.
Entonces decidimos abordar Lucas, con la certeza de que la palabra pesebre nos viene de allí. Parece que la búsqueda tendrá consuelo. Localizamos Lc. 2, 7 y la claridad del autor es extrema: “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue”. Es una imagen grabada en la memoria. La explicación escuchada todos los años es la misma: Dios elige la humildad del pesebre para manifestarse y las malas gentes de Belén no le dieron espacio en sus casas a una mujer parturienta. ¿Pero será tan así? Cuando repasamos Lc. 2, 7 no encontramos casa ni gente mala. Donde no había lugar para ellos es en un albergue. En el texto griego (idioma que usó Lucas para escribir), la palabra es kataluma, y puede tratarse tanto de una especie de hotel para viajeros de caravanas en el Oriente, como de la habitación de determinadas casas reservadas para los huéspedes. Los biblistas dicen que si José, según la versión de Lucas, llevó a una mujer a punto de parir por unos doscientos kilómetros (de Nazareth a Belén) sin haber previsto alojamiento, entonces era un padre demasiado irresponsable. Tenemos que suponer que si fue a empadronarse a Belén porque era su ciudad familiar (cf. Lc. 2, 4), había allí parientes, y que kataluma sería, más que albergue, la habitación de huéspedes de una casa relacionada sanguíneamente con José. ¿Y por qué no había lugar para ellos en esa casa? Porque María pariendo se hacía impura según la ley escrita en el Levítico capítulo 12. Si el nacido era varón, como en este caso, la madre quedaba impura por siete días, al octavo día se circuncidaba al niño, y la madre aún permanecía treinta y tres días más impura. El problema con la mujer impura, según el Levítico, es que quien la toca se vuelve impuro (cf. Lev. 15, 19), sobre lo que ella se acuesta queda impuro, sobre lo que se sienta queda impuro el objeto (cf. Lev. 15, 20), y aún quien toca algo que esté en contacto con el lugar donde ella se acuesta o se sienta, también se vuelve impuro (cf. Lev. 15, 23). Es demasiado evidente que tener una parturienta en casa era volver impura toda la casa, y por cuarenta días a lo mínimo. Esa es la respuesta a por qué no había lugar para ellos. Aquí no se trata de gente mala, sino de estrictos cumplidores de la Ley.
Después de enterarnos de eso, el pesebre parece perder un poco la mística con la que lo habíamos envuelto. Sin gente mala, sin humildad ascética, con cumplimiento de una ley que está contenida en la Biblia explícitamente, el pesebre parece dejar de ser pesebre. Y aquí viene la clave de todo esto. Al seguir leyendo el Evangelio según Lucas, son los pastores los primeros personajes inmediatos al nacimiento. Y no se trata, precisamente, de los pastorcillos de nuestros pesebres vivientes, simpáticos y jóvenes. En los tiempos del nacimiento de Jesús, la cultura popular los consideraba parte de la clase social baja en la que no se podía confiar, pues indefectiblemente, debían ser ladrones, malhechores o mal vivientes. Su reputación no era lo más envidiado en Palestina. Los pastores eran la lacra, los marginados; y para los terratenientes, mano de obra barata que cuidaba rebaños que no eran suyos. Ellos son, según Lucas, los primeros que reciben el anuncio (cf. Lc. 2, 8-12), son los destinatarios de la Buenísima Noticia del niño en el pesebre. Porque el Evangelio tiene dos aristas: al Salvador se lo reconoce en el pequeño e indefenso (cf. Lc. 2, 11-12) y la Buena Noticia es anunciada a los pobres (cf. Lc. 4, 18).
Marcos, Mateo y Juan no hablan de un pesebre, sin embargo, siempre recalcan que Jesús andaba con publicanos, prostitutas y pecadores, que vivía entre lo marginal, que se identificaba con los que nada tienen y nada son para la sociedad. Marcos, Mateo y Juan ignoran el pesebre, pero no dan vuelta la cara ante el Dios que comparte su tiempo con los lacra, que vive entre ellos, que es señalado como uno más del montón. De Jesús se puede decir que murió como nació: entre los parias, entre los despreciables, los desechables. Su lugar en Nochebuena es el pesebre. ¿Y qué tiene de atractivo el pesebre, entonces? Probablemente los pastores, lo menos atractivo de la época, lo más marginal. En esta Navidad pongamos a Dios en su lugar: con los inmigrantes ilegales, los desocupados, los homosexuales, los drogadictos, las prostitutas, los indígenas, los esclavos del capitalismo, los enfermos, los presos, los divorciados, los silenciados, los oprimidos, los últimos…
GRAN NOCHE SIN IGUAL: CIELO Y TIERRA SE MEZCLAN
1.- No hay momento tan especial en la liturgia de la Iglesia como esta misa de medianoche en la conmemoración de la Natividad del Señor. Y no me refiero tanto –aunque también—a la belleza de la celebración en sí y de sus textos, todos, desde las lecturas bíblicas hasta las diferentes oraciones de la misa. Y aun siendo todo ello de una gran belleza y fuerza en su contenido, tengo que decir que somos todos nosotros, los presentes en tan hermosa y alegre eucaristía, quienes damos un especial realce a lo que celebramos ahora. Estamos alegres, hay muchos jóvenes y no pocos niños entre nosotros, muchos hemos puesto nuestros mejores trajes y vestidos, como aquel que va a una gran fiesta. Otros, más confortables, han preferido que el espacio del templo fuese una continuación de su hogar, donde se acaba de celebrar la cena de Nochebuena y visten como si en su casa estuvieran. Hacen bien. La alegría emerge por doquier y, sin duda, también ha fluido alguna lágrima porque es imposible no recordar algún ser querido que ya no está entre nosotros y que otras veces nos acompañaba en esta formidable y alegre presencia de todos.
2.- Y no es poco importante –y mucho menos frívolo—dar la importancia que tiene a este protagonismo comunitario de todos los que asisten a esta Misa del Gallo, pues, si en condiciones habituales, la presencia de los fieles es lo que da especial significado a la celebración eucarística por lo que tiene de comunión fraterna, de asamblea de hermanos que se aman y de recuerdo de la hermosísima y prometedora frase de Cristo: “Cuando dos o más os reunáis en mi nombre ahí estaré Yo en medio de vosotros”, pues hoy mucho más, recién llegados de nuestras casas como vinieron los pastores en aquella noche, nos convertimos –para bien y en sana humildad—en protagonistas de la noche.
3.- Claro que no hay más que recordar bien el evangelio, la narración de San Lucas sobre el Nacimiento del Niño Jesús para entender que no puede haber más que un protagonista y ese no es otro que ese tierno bebé nacido en la cueva de Belén. Es un impresionante ir y venir de ángeles y pastores. La noche –la Gran noche—se convierte en algo sin igual. Cielo y tierra se mezclan y, sin duda, la Eternidad se ha abierto para dar paso a la entronización de la Humanidad. El mundo se abre a grandes expectativas de paz y de amor. Y mientras tanto María y José asisten a algo que, tal vez, no entienden, pero que les parece grandioso y, casi, incomprensible.
Y el texto de Isaías, del capítulo 9, refleja el antecedente al texto de Lucas: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombra, y una luz les brilló…” Esa es la luz que brilló durante la noche en la comarca de Belén, la que vieron los pastores y la gente humilde. Y que no fueron capaces de ver los ricos y los bien aposentados, tanto de Belén, como del resto del mundo. Pero quienes vieron la luz pudieran acudir a contemplar al Niño y sin saber tampoco muy bien lo que ocurría experimentaron una alegría, desconocida, misteriosa y sin límites. Y eso es lo que experimentamos todos nosotros, aquí esta Noche Buena, esta Buena Noche.
4.-Nuestra espera a lo largo de todo el Adviento toma todo su sentido. El Salvador del mundo ha llegado en forma de débil Niño. Y nosotros, aquí y ahora, intuimos que tenemos que esperar otra venida: un día el Niño Dios volverá envuelto de poder y majestad para hacer justicia en este mundo e iniciar la vida feliz, que no cesa, en esa Jerusalén celestial que también nos llegará plena de luz. No seamos tímidos. Demostremos nuestra alegría total: un Niño nos ha nacido.
2.- Y no es poco importante –y mucho menos frívolo—dar la importancia que tiene a este protagonismo comunitario de todos los que asisten a esta Misa del Gallo, pues, si en condiciones habituales, la presencia de los fieles es lo que da especial significado a la celebración eucarística por lo que tiene de comunión fraterna, de asamblea de hermanos que se aman y de recuerdo de la hermosísima y prometedora frase de Cristo: “Cuando dos o más os reunáis en mi nombre ahí estaré Yo en medio de vosotros”, pues hoy mucho más, recién llegados de nuestras casas como vinieron los pastores en aquella noche, nos convertimos –para bien y en sana humildad—en protagonistas de la noche.
3.- Claro que no hay más que recordar bien el evangelio, la narración de San Lucas sobre el Nacimiento del Niño Jesús para entender que no puede haber más que un protagonista y ese no es otro que ese tierno bebé nacido en la cueva de Belén. Es un impresionante ir y venir de ángeles y pastores. La noche –la Gran noche—se convierte en algo sin igual. Cielo y tierra se mezclan y, sin duda, la Eternidad se ha abierto para dar paso a la entronización de la Humanidad. El mundo se abre a grandes expectativas de paz y de amor. Y mientras tanto María y José asisten a algo que, tal vez, no entienden, pero que les parece grandioso y, casi, incomprensible.
Y el texto de Isaías, del capítulo 9, refleja el antecedente al texto de Lucas: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombra, y una luz les brilló…” Esa es la luz que brilló durante la noche en la comarca de Belén, la que vieron los pastores y la gente humilde. Y que no fueron capaces de ver los ricos y los bien aposentados, tanto de Belén, como del resto del mundo. Pero quienes vieron la luz pudieran acudir a contemplar al Niño y sin saber tampoco muy bien lo que ocurría experimentaron una alegría, desconocida, misteriosa y sin límites. Y eso es lo que experimentamos todos nosotros, aquí esta Noche Buena, esta Buena Noche.
4.-Nuestra espera a lo largo de todo el Adviento toma todo su sentido. El Salvador del mundo ha llegado en forma de débil Niño. Y nosotros, aquí y ahora, intuimos que tenemos que esperar otra venida: un día el Niño Dios volverá envuelto de poder y majestad para hacer justicia en este mundo e iniciar la vida feliz, que no cesa, en esa Jerusalén celestial que también nos llegará plena de luz. No seamos tímidos. Demostremos nuestra alegría total: un Niño nos ha nacido.
domingo, 15 de diciembre de 2013
Esperamos a otro
Los judíos pedían milagros para creer en un mesías rey poderoso. Jerusalén, capital de las naciones, todos los pueblos vendrán en procesión a nuestro santo Templo.
Los griegos exigían sabiduría. ¿Cuál fue el origen del Cosmos? ¿Cuándo será el final de nuestro mundo? ¿Cuáles son las fuerzas que mueven las estrellas? Dios nos dará respuesta.
Yo exijo menos. Sólo quiero que Dios me cuide. Que me libre del mal, de la pobreza, del cáncer, del dolor, de la vejez de la tristeza y de la soledad. Y que me escuche cuando yo le hablo, y que se note que está ahí, que yo sienta su ayuda cuando le ruego.
Y es verdad que yo tengo derecho a pedirle a mi padre todo lo que yo quiero, porque para eso soy hijo. Pero es también verdad que mi padre tiene el deber de darme solamente lo mejor.
Y esta es mi fe. Gritarle siempre todo lo que ansío, pedirle que me libre de todo lo que yo creo que es mal, es mi derecho, y es mi modo de expresar ante Él que creo que me quiere y que me cuida... Y esperar siempre sólo la fuerza de su Espíritu.
No espero más, pero siento la certeza absoluta de que su fuerza está en mi vida y me hace caminar, orar, creer, que me libera del mal de mis pecados y me atrae hacia Él.
No espero a Otro, no, no soy tan necio como para inventarme mi dios a mi medida, a la medida de mi mente pequeña, de mis deseos, siempre tan estrechos.
Aunque he de confesar en tu presencia que suelo ser tan necio que no escucho tu voz y no me entero de lo que Tú me pides.
Y escucharte... ¡eso sí que sería mi vida!
José Enrique Galarreta
Suscribirse a:
Entradas (Atom)