En este penúltimo domingo del Año Litúrgico, diera la impresión que la Palabra de Dios es como una invitación al desaliento, al miedo y a la desesperanza. Sin embargo, yo lo descubro como un Evangelio de esperanza.
Primero, nos habla de la caducidad de las cosas, todo pasa. Pasará el mundo y con él pasarán todas las cosas del mundo. No es el anuncio del vacío final, es la afirmación de que lo nuevo sólo es posible cuando desaparezca lo viejo. El grano tiene que morir para que brote la espiga y los nuevos granos.
Por eso, en segundo lugar, se nos hace una invitación a saber ver llegar lo nuevo. A tener ojos para ver que algo nuevo está aconteciendo cada día en medio de nosotros. Incluso Jesús nos reprocha de que, sabiendo leer los signos de la naturaleza, luego no sepamos leer los signos de la novedad de Dios en la historia. Vemos que la higuera comienza a echar sus brotes y decimos que “el verano está cerca”. En cambio, vemos infinidad de señales de Dios anunciándonos la novedad de la gracia y del Espíritu y para eso estamos ciegos. Donde unos sólo ven desgracias, otros descubren oportunidades. Donde unos sólo ven la oscuridad, otros ya están descubriendo las primeras luces del amanecer.
Para finalmente, decirnos que, “cielo y tierra pasarán”. Todo pasará, sólo hay algo que no pasará y esa es la Palabra de Dios. “Mis palabras no pasarán.” Ahí está la raíz y la fuerza y el sentido de nuestra esperanza. Cuando ponemos nuestras esperanzas en las cosas vivimos siempre con la incertidumbre en el alma. La crisis económica que estamos sufriendo es una lección clara, grandes fortunas reducidas y en grave riesgo. Hemos vivido todo un año donde la palabra que más hemos utilizado ha sido la de “crisis”. “Si la crisis ha tocado fondo...” “Si la crisis ha comenzado a revertir...” “Si la crisis durará hasta no sabemos cuando...”
En cambio, la Palabra y las promesas de Jesús no pasan. Son palabras que hablan de eternidad. Fiarnos de esas palabras es saber ponernos cimientos firmes para todas nuestras esperanzas.
Nos pueden fallar los Bancos y llevarnos a la quiebra, pero la Palabra de Jesús nunca está condenada a la quiebra. Nos pueden robar todas nuestras alhajas en las que poníamos la seguridad de nuestro futuro, pero la Palabra del Evangelio seguirá siendo siempre la roca sobre la que es posible seguir esperando.
Eso sí, nosotros quisiéramos saber hasta cuando seguirá oscuro nuestro futuro, pero Jesús nos dice que “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino el Padre”.
SEMBRAR SEMILLAS DE ESPERANZA
Si no tienes nada que dar a un pobre, dale esperanza.
Si no tienes nada que ofrecer a un enfermo, ofrécele esperanza.
Si no tienes nada que dar a un triste, dale una palabra de esperanza.
Si no tienes nada que dar a tus hijos, dales esperanza.
Si no tienes nada que dar a tus padres, dales una palabra de esperanza.
Si no tienes nada que dar a tus amigos, dales una señal de esperanza.
Si no tienes nada que dar al mundo, siembra al menos una esperanza.
Si no tienes nada que darte a ti mismo, regálate un grito de esperanza.
Si no tienes nada que sembrar, siembra esperanza.
Si no tienes nada que decir, habla de la esperanza.
Si no tienes nada que regalar, regala una palabra de esperanza.
Si no tienes nada que ofrecerle a Dios, ofrécele tu esperanza.
Porque a Dios le encanta tu fe.
A Dios le encanta tu amor.
Pero a Dios le fascina tu esperanza.
Vivimos mientras tengamos esperanza.
Comenzamos a morir,
cuando la esperanza comienza a morir en nosotros.
No comenzamos a morir
cuando nos vamos haciendo viejos.
Comenzamos a morir
cuando la esperanza se va apagando en nosotros.
Mientras mantengas viva la esperanza, tendrás vida.
“Gracias a la esperanza podemos afrontar el presente: el presente, aunque sea fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.” (Benedicto XVI)
EDUCAR EN LA ESPERANZA
Decimos “en” la esperanza y no solo “para” la esperanza porque la esperanza debe ser uno de los valores fundamentales de la educación de los jóvenes. De por sí, los jóvenes ya son y viven de la esperanza. Pasan su juventud soñando cosas nuevas en sus vidas, pero, a veces, podemos matar sus esperanzas de muchas maneras.
Por ejemplo, dándoles todo, que no les falte nada. Entonces ya no tienen en qué soñar porque el cesto de compras de su corazón ya está lleno.
Debemos darles lo necesario, pero también es preciso acostumbrarles a carecer de algo. Para que en su corazón tengan espacio para soñar algo más, esperar algo más, buscar algo más.
Llenarles de cosas y de caprichos, es una manera muy sutil de apagar en ellos la sed del deseo y, por tanto, de la esperanza.
Para tener esperanza es preciso no tenerlo todo. Quien todo lo tiene ya no necesita más. Mientras que dejar algún vacío es abrirles a nuevos deseos, nuevas ilusiones y esperanzas. Nos equivocamos cuando decimos “pobrecito, ahora que es joven, que lo disfrute todo, ya tendrá tiempo para pasar necesidades”. ¿Y cómo afrontará las necesidades quien nunca ha carecido de nada y no sabe lo que es tener necesidad?
Este es uno de los problemas de nuestra juventud. Todo lo viven antes de tiempo. Apenas despiertan a la adolescencia ya necesitan enamorarse. No saben esperar a madurar un poco para saber elegir.
Se enamoran y, de golpe, ya comienzan a ejercer de “esposos”. Tampoco saben esperar. Por eso, cuando se casan ya nada es nuevo para ellos. Ya lo han vivido todo. De esa manera, el matrimonio termina por aburrirles muy pronto y necesitan emociones nuevas.
Los jóvenes necesitan aprender a “esperar” porque quien no sabe esperar todo lo vive cuando todavía todo está verde. No esperan a que maduren las frutas, las comen siempre verdes. Por eso mismo, no saben qué sabor tiene la fruta madura. ¡Comer sí, pero dejar un pequeño vacío en el estómago! La hartura termina con el apetito y termina, claro está, en una pesadez de estómago. Eso le pasa a los glotones y eso les pasa a los que no saben esperar la madurez del tiempo.
¿CRISIS DE LA ESPERANZA?
Hoy hablamos mucho de la fe, pero verdad que hablamos poco de la esperanza? Sentimos como algo grave las dudas y las crisis de la fe; sin embargo, cuántos nos confesamos que estamos perdiendo la esperanza.
Dicen que el mal de nuestro mundo es la crisis de la fe. Yo me atrevería a decir que la verdadera crisis del mundo actual es la crisis de la esperanza. El no saber ver más allá de las nubes. El no saber ver más allá de nuestros problemas.
Hoy una de las cosas que más necesitamos es el don de la esperanza, ese saber ver en la noche. Se cuenta de aquel que perdió el trabajo, lo despidieron dándole una indemnización. El pobre hombre está hundido con una profunda sensación de frustración. La esposa queriendo ayudarle, le hizo una sugerencia. ¿Por qué con la indemnización no ponemos un negocio, aunque sea chiquito, suficiente para que podamos vivir cada día? Luego de pensarlo se decidió. Primero fue muy poca cosa, pero cada día la gente acudía. Decidieron ampliarlo y terminaron por tener un gran negocio. De haber seguido en la empresa, no hubiese pasado de un simple empleado. Ahora era el dueño y gerente de un gran negocio. Por eso suelen decir los chinos, que “el peligro” significa “oportunidad”.
El mundo de hoy necesita fe, pero hay que anunciarle la esperanza. Son demasiado los que viven hundidos en el pozo de la desesperación, son muchos los que cada día están perdiendo el sentido de la vida. A estos hay que anunciarles la esperanza, abrirles los ojos y descubrirles que el horizonte que ven sus ojos no es el fin del mundo, sino que al otro lado de la montaña hay valles muy fértiles regados por un río.
ABRIRNOS A LA LUZ DE LA MAÑANA
Tagore escribía: “¡Abre de par en par las puertas, que entre la luz de la mañana!” Todos al levantarnos abrimos las ventanas para que se airee la habitación porque una habitación cerrada mucho tiempo termina oliendo a humedad. Con nuestras vidas suele suceder algo parecido.
Si nos cerramos a los demás, poco a poco nos irá entrando la humedad y el moho en el corazón.
Si nos cerramos a los demás, poco a poco nos irá entrando la humedad a nuestras ideas y a nuestro modo de pensar.
Pero si cada mañana comenzamos por abrir nuestras mentes a los demás, veremos que todos tienen una luz nueva.
Si cada mañana comenzamos el día abriendo nuestros corazones a los demás, nos iremos dando cuenta durante el día de que los demás son mejores de lo que pensábamos, que no eran tan malos y que incluso pueden ayudarnos a ser nosotros mejores.
Si cada mañana comenzamos el día abriendo nuestra mano a los demás, luego los sentiremos más amigos y más cercanos a nosotros.
Alguien escribió que “el mundo es no como es sino como nosotros lo vemos”. Algo parecido pudiéramos decir a los demás. No suelen ser lo que son, sino como nosotros somos capaces de verlos. Todo depende de cómo los miramos, todo depende de cómo los vemos. Podrán tener muchos defectos, pero para nosotros seguirán siendo como nosotros los vemos y miramos.
¿Cómo es para ti el mundo? Dime cómo lo miras. ¿Cómo son para ti los demás? Dime cómo los miras. ¿Cómo es Dios para ti? Dime cómo lo miras.
Las ventanas no solo dejan entrar la luz en la habitación, también nos dejan ver la belleza del parque.
CANTO A LA ESPERANZA
“Sobre el ansia marchita,
sobre la indiferencia que domina,
hay un sagrado viento que se agita;
un milagroso viento,
de fuertes alas y de firme acento,
que a cada corazón infunde aliento.
Viene del mar lejano,
y en su bronco rugir hay un arcano
que flota en medio del silencio humano.
Viento de profecía,
que a las tinieblas del vivir envía
la evangélica luz de un nuevo día.
Viento que en su carrera
sopla sobre el mar, y hace una hoguera;
que enciende en caridad la vida entera;
viento que es una nueva aurora.”
(E. González Martínez)
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